Se recuerda mañana un nuevo aniversario del fallecimiento del escritor Jorge Luís Borges, quien también fue poeta , prosista, catedrático y ensayista.


Sí, Borges es un "clásico" contemporáneo por qué las generaciones sucesivas lo siguen leyendo y estudiando. Es ya patrimonio universal de la literatura. Él se enorgullecía no de lo que había escrito sino de lo que había leído. Decía de él Stelio Cro, un crítico: "Como en Virgilio está Homero, y en Dante está Virgilio, en Borges está toda la literatura, de Homero a Joyce". En sus cuentos, la búsqueda de la verdad o del sentido de la vida o el tiempo, se manifiesta a través de una Biblioteca en Babel, o de un estudiante fugitivo en el Indostán, o en las elucubraciones de un teólogo que se pregunta por la duración del infierno, o en las sentencias de un gaucho en las pampas. Vargas Llosa decía que merecía más que todos el premio Nobel.


Ahora pasamos a la cuestión: un ensayista interesado en asuntos teológicos, ¿creía en Dios? ¿Fue ateo?


Él mismo decía en Otras Inquisiciones que "todo hombre culto es un teólogo, y para serlo no es indispensable la fe". ¿Cómo se entiende esto? Justamente por su fe escasa, mínima, en el umbral. En realidad era agnóstico, pero las cuestiones teológicas le preocupaban profundamente. Le costaba la idea de un Dios personal, más bien era cercano al panteísmo. Como Baruch Spinoza. Pero no ateo, cosa que significaría una afirmación contundente para la que Borges tampoco encuentra razones suficientes. 


Para él, incesante buscador, mágico orfebre de la palabra, Dios es misterio pero no Misterio Santo.


¿Y Cristo? Se siente atraído por Él. Le dedica varios poemas. Dos de ellos -en diversos libros- se titulan "Juan, 1, 14". Ofrece allí la imagen de un Dios nostálgico de la experiencia humana ("A veces pienso con nostalgia/ en el olor de esa carpintería") Otro poema, inspirado en la lectura de los evangelios, se llama "Lucas, XXIII". Allí recuerda el momento de la crucifixión, momento en el que uno de los dos ladrones que están al lado de Jesús, invoca su misericordia: "Acuérdate de mí cuando vinieres a tu reino...". 


Borges admira a Cristo, a quien considera el más alto de los maestros orales, más que Buda, Pitágoras o Sócrates. Incluso el poeta aventura la idea de que sabiendo cómo era el rostro de Jesús, podría llegar a saber de su identidad más honda: "Una cara de piedra hay en un camino y una inscripción que dice El verdadero Retrato de la Santa Cara del Dios de Jaén; si realmente supiéramos cómo fue, sería nuestra la clave de las parábolas y sabríamos si el hijo del carpintero fue también el Hijo de Dios. Pablo la vio como una luz que lo derribó; Juan, como el sol cuando resplandece en su fuerza; Teresa de Jesús, muchas veces, bañada en luz tranquila, y no pudo jamás precisar el color de los ojos" (Paradiso XXXI, 108). Pero al final, la imagen no aparece. Sin embargo cree que Jesucristo ha sido "el pilar de la historia del mundo y lo seguirá siendo". Para el poeta, hay cosas que pudieron ser y no fueron, y entre ellas "la historia sin la tarde de la Cruz y la tarde de la cicuta".


El poema "Cristo en la cruz", de buena confección literaria, con el que abre el último de sus libros Los Conjurados, expresa su admiración por el Señor ("nos ha dejado espléndidas metáforas/ y una doctrina del perdón que puede anular el pasado"), pero a la vez su afirmación del Jesús sólo humano, histórico y literario.

Por el Pbro. Dr. José Juan García
Vicerector de la UC de Cuyo