Lunes 14 de febrero, 13.05 horas, día de San Valentín. Mirtha Legrand no empezó su programa con los rendidores asuntos del amor que tanto rédito ofrecen a las audiencias masivas, sino con una sorpresiva referencia a la Fiesta del Sol plagada de ponderaciones fuera de contexto.

Fue casi un año después de haber aterrizado en Las Chacritas para protagonizar el resonante co-madrinazgo de la fiesta edición 2010, aquella vez que ante las dudas por la llegada de la madrina original que estaba en Miami -Susana Giménez- fue contactada la diva de los almuerzos. Llegó y estaban las dos, auténtica cúspide existencial para el imaginario farandulero local.

Justo un año después fue la primera mención de Mirtha a la provincia que la había "convocado" apenas unas semanas antes de su habitual paso por la Vendimia mendocina y que la obligó a un delicado equilibrio en el clásico regional. Todo sea por un bautismo popular como el que la bañó en el Zonda, además de un suculento contrato que nunca se habrá de despreciar.

La pregunta, entonces, intenta responder a la curiosidad: ¿por qué lo hizo? La primera sensación se orienta por el lado de un mix entre sus necesidades personales de cariño y la repentina notificación de que se venían esas fiestas a la que alguna vez fue invitada y le debía una retribución.

Quiera o no, Mirtha ha quedado atrapada por su militancia anti K como una referencia política ineludible. No está tan claro que lo haya hecho voluntariamente como que su rostro ha quedado ya inscripto como un ícono de campaña: sentada en su cabecera de espaldas al mar y rodeada de figuras políticas y artísticas dispuestas a escucharla, ella simplifica en una sola imagen -y como pocas otras- el alma de quienes rechazan sin contemplaciones las acciones, el estilo y la forma de hacer las cosas de los Kirchner.

Las maneras de hacerlo, más que el fondo de sus pensamientos, le dejaron muchas cicatrices. Porque muchas figuras, especialmente de la colonia artística, insospechados de acordar algún remoto criterio con la diva pero que siempre utilizaron sus almuerzos como trampolín, salieron a proclamar su enojo y sus renuncias a hipotéticas futuras invitaciones, muchos de ellos sin siquiera pasar por la cabeza de nadie como posibles habitantes de la mesa.

Levantaron la voz, en la misma medida en que la Legrand lo empezó a hacer al mando de sus almuerzos. Y Mirtha profundizó eso de combinar sus inquietudes livianas con aspiraciones de analista político, o audaz inquisidora de preguntas incómodas salpimentadas con mano militar para manejar el clima. Y sufrió por eso.

Fue notando un duro desgaste personal, además de su inscripción como factor político: cuando uno sintoniza su programa ya no espera el ambiente distendido de charlas de bueyes perdidos que caracterizaron el clásico envío, sino la tensión de los cruces políticos o de las apreciaciones terminantes disparadas a quemarropa.

Cosechó lo que buscó, puede inferirse. ¿Ingenuidad o búsqueda personal? Imposible saberlo. Lo que sí ha quedado claro es que la diva no parece ni dispuesta ni preparada para incursionar en un territorio áspero como la política de campaña y debió recalcular los caminos en su GPS personal.

A sus casi 84, le duele más haber quedado al borde del Guinness como la persona de mayor edad en mantener un ciclo diario, que bajar el telón de su marca registrada por la que trascendió su nombre, los "Almorzando", de los que apreciaría que quedara la atmósfera de cariño que le brindó la gente tanto tiempo y no el último registro de librepensadora serial que no le sienta cómodo.

Sin compañía del rating escurridizo, que supo entronizarlo como estrella de América en sus últimos años, pero que ahora acompaña sin pena ni gloria la caída en las mediciones de todo el canal, desde los 5 puntos promedio a míseros 3, si es que los alcanza. Y con el horizonte de una campaña que no parece dar respiro. Demasiado traqueteo para una persona de su edad, dedicada ahora a rescatar su imagen.

Por eso ahora parece andar reclamando algún cariño popular que le levante la moral, justo en los días de sus últimos almuerzos, que tienen fecha de vencimiento con su contrato a fin de mes. ¿El del viernes fue el último?

Hurgó en la cartera y encontró para esos días la idea de volver a la fiesta sanjuanina. Fue justo dos días después de que una periodista de DIARIO DE CUYO atajara a la diva en la puerta del hotel Costa Galana -su base de operaciones en la Feliz- y le hiciera la pregunta de rigor: ¿Le gustaría volver a San Juan a la Fiesta del Sol?

Allí seguramente le habrá caído la ficha de la existencia del encuentro sanjuanino, como también de la oportunidad para sentirse más cerca de la gente. Justo lo que andaba necesitando. Y disparó un "si me invitan, voy".

Invitar, invitar...la verdad que no. De lo que se trata es de "contratar", porque el viaje de divas y divos en aviones privados a la provincia para engalanar la noche de cierre no ocurre de manera generosa sino previo envío de una cantidad importante en dólares entre el cachet de los artistas y las jugosas comisiones que se pagan a los intermediarios.

Y en el primer almuerzo que tuvo a disposición, aprovechó para recordar al país de la fiesta. Fue la primera contraprestación consistente de la Legrand para el evento sanjuanino que la tuvo contratada, casi un año después. Porque si se gasta semejante cantidad de dinero público en la contratación de estas estrellas -que luego disfrazan de invitaciones- lo que mínimamente se espera es que ellas se conviertan en difusoras del encuentro. Que hablen de él, que le den relieve, que atraigan gente.

Y hasta aquí, ni la presencia de la Legrand ni la de Susana ni la de ambas juntas generaron ningún rebote periodístico o publicitario contundente, más allá del pequeño revuelo que ocasionó la Giménez el día que llegó a su hotel sanjuanino y dijo que "el que mata, debe morir".

Problemas de oportunidad -cuando fue la fiesta ni Mirtha ni Susana estaban al aire- o de distancia, vaya a saber. Lo cierto es que la estrategia de asociar la marca de la fiesta a la de las divas no ha tenido hasta ahora un resultado proporcional a su precio. Plata perdida.

Esta vez, a Mirtha no la invitaron/contrataron, pese al esfuerzo de la diva desde su programa por tirar alguna indirecta. Pero ya era tarde para desandar un camino que le trajo a Gioja algún dolor de cabeza, cuando dejó caer algunos comentarios adversos para la actividad minera de la provincia que le cayeron al gobernador como patada al hígado.

También pesó, aunque nadie lo reconozca, su escalada como emblema anti K. Toman nota en San Juan los problemas que suele tener Scioli cuando visita el living de su amiga Mirtha. Saben que acá no disponen de ese margen y no quieren ni oírla -como el lunes- diciendo "me gusta Gioja" en lo que suena como el abrazo del oso. Ni siquiera como figura decorativa de una fiesta popular como la Vendimia mendocina, donde allí Jaque tiene la excusa de tratarse de un madrinazgo tradicional.

La ecuación en San Juan fue sencilla: para qué una figura que puede traer problemas con Cristina, que resulta muy cara y que no ofrece contraprestación acorde difundiendo a San Juan en todo el país.

¿Suplentes? Tinelli, imposible. Fort, no es el perfil. Flor Peña, invitada para esta vez por su militancia K. En Granata todavía no pensó nadie.