Según Earl Warren, "la ley flota en un mar de ética''. En ese mismo mar necesitamos a la policía. Y ello es así por la misión y valores que representan. Las fuerzas de seguridad asumen una profesión de servicio social, actuando como garantes de derechos y libertades individuales. Por ello se dice que el Policía es un servidor de la comunidad y en toda circunstancia se encuentra de servicio. No es de extrañar entonces, que la sociedad pida profesionalismo y formación en valores y virtudes, que se plasmen luego en un justo ejercicio de la profesión.


Convengamos que el reclamo social puede entenderse porque la actuación policial está vinculada a un paradigma antiguo que reduce su función al mantenimiento del orden público. Generalmente, relacionamos al policía con limitaciones y persecución ante conductas ilegales. Pocas veces recordamos las actuaciones preventivas de una policía de cercanía o Aproximación al ciudadano. Es necesario avanzar en este nuevo modelo que "parte de la convicción de que la Policía y la comunidad deben trabajar juntas en el abordaje del delito y la disfunción'' (Dr. Adrián Cuevas en "Manual de Ética para las fuerzas de Seguridad de la Provincia de San Juan'', ed. Universidad Católica de Cuyo, 2015, pág. 16).


 Ante todo, ciudadanos con uniformes

También es cierto que esta demanda ética que exigimos tiene doble vara. Condenamos en otros, conductas que realizamos sin mayores reproches éticos. Ello evidencia un decaimiento de la ética de las convicciones en la sociedad en general. Y la vocación como llamado que convoca a la entrega y servicio, requiere de convicciones firmes como fuerza moral que orienta al bien. Sin convicciones y sin vocación, la identificación de los miembros de las fuerzas con la mística institucional se ve debilitada. Es esa mística la que marca "la agenda de la urgencia, colocando sobre los hombros de cientos de mujeres y hombres e indirectamente sobre sus familias, la responsabilidad de cumplir bien con el deber'' (Comisario Patricia Sandra Herrera, op. cit. Pág. 48)


Pero debemos ser claros: la crisis moral nos concierne a todos, no sólo a un sector. Es bueno recordar que los miembros de las Fuerzas de Seguridad son hijos de esta sociedad. No están exentos de la crisis de valores. Ante todo, son ciudadanos con uniforme. Hombres y mujeres concretos que arriesgan su vida previniendo y combatiendo el delito, siendo testigos a veces del declinar de los valores en algunos colegas.


Signos prometedores

Ahora bien, los males de la sociedad no debieran ser excusa para reducir nuestra entrega y fervor (Francisco,EvangeliiGaudium, 84). Con esa mirada propositiva destacamos signos prometedores. En primer lugar, el Programa de Formación Universitaria para el Personal de Fuerzas de Seguridad, es una decisión auspiciosa. El convenio entre el Gobierno de la Provincia y la Universidad Católica de Cuyo para el dictado de la Diplomatura como de la Licenciatura en Seguridad Ciudadana, da cuenta de ello (Febrero/2012). En la misma línea destacamos la inclusión en la formación curricular de materias humanistas como Ética Profesional, convertida en espacios abiertos donde la moral se pone en debate. Otro hecho auspicioso fue el "Manual de Ética para las fuerzas de Seguridad de la Provincia (2015) redactado por un equipo de profesionales de las fuerzas de seguridad y de la universidad católica. Como también es plausible la modernización de las fuerzas en esta manifiesta apertura para capacitarse en perspectiva de género, especialmente en el abordaje de las denuncias de violencia contra las mujeres. De hecho, la incorporación de mujeres en la cúspide de la pirámide, con personal a cargo, en el rango de oficiales, Comisarios o jefas de áreas, es muestra de esa apertura que celebramos. En el mismo sentido se inscribe la Dirección de la Escuela de Seguridad de la Universidad Católica, al incorporar mujeres en el equipo de gestión. Siempre sumar será la mejor operación matemática para la vida.

Por Miryan Andújar
Abogada, docente e investigadora
Instituto de Bioética de la UCCuyo