Zygmunt Bauman célebre sociólogo y escritor polaco.

Por el Pbro. Dr. José Juan García - Vicerrector de la UCC
 
Hace poco más de un año partió de este mundo el célebre sociólogo y escritor polaco Zygmunt Bauman. Es mucho lo que nos hizo pensar desde sus letras, cargadas de realismo y utopía. Nos ocupamos ahora de un tema, el de felicidad, a la que todos aspiramos. Al mismo, el autor de Miedo Líquido, le dedicó varias páginas.


En la actual sociedad de consumo, el producto más buscado es el de la felicidad. Poco importa el precio. ¿Quién no la desea? Se representa en la adquisición y el descarte de objetos, amigos, parejas, masa muscular visible e infinitas identidades. La sensación de felicidad crece hasta el umbral de satisfacción personal. Como dijera Peter Sloterdijk, hoy se confunde utopía con el simple deseo de éxito individual, cosa que limita al yo personal, todo sueño colectivo.


Bauman afirma que puede darse una pseudofelicidad cuando la sociedad de consumo dicta: "solo hay momentos felices". Es casi una sentencia funcional a la modernidad líquida que acepta explosiones de distintas emociones, creaciones, realizaciones, logros, etc., pero nunca con la idea de que alguno de estos eventos perdure en el tiempo. 


Según nuestro sociólogo, existen grupos de "consumidores exitosos", que viven sólo el hoy, con frecuencia en medio del estrés, el aislamiento en pequeñas comunidades, sin interesarles demasiado el bien de otros. Aquí, los valores son valores en tanto son aptos para el consumo instantáneo, in situ. En esta cultura del consumo, no hay espacio para los ideales ni utopías sociales, pérdida de totalidades trascendentes como eternidad, Dios, familia, sociedad, estado.


"Consumo, luego existo". Es tanta la presión y la prioridad del consumo, que el no cumplir con este mandato genera castigos sociales que llegan a la exclusión de los círculos anhelados. Tampoco los afectos son sólidos y constantes. Hay Amor líquido, como se titula una de sus obras más leídas. Precisamente uno de los conceptos basales del pensamiento de Bauman es el de la liquidez versus solidez, que le valió los primeros reconocimientos más allá de lo académico.


Por tanto, se vuelve necesario redefinir valores como sinceridad, fidelidad, eternidad, solidaridad. Conceptos fuertes que siempre estuvieron fundando la cultura vigente, hoy la sociedad de consumo los somete a examen. La globalización, que en sí no es mala, sin embargo aporta en este esquema, destruyendo elementos que aglutinaban y conferían sentidos superadores como etnicidad, lenguaje, alma, nación, dejando espacios que son ocupados con vacuas y triviales nociones.


¿Pero en qué termina esto? Lo que rodea a momentos pico de goce, ¿no pueden también ser, verdaderos y felices? ¿Sólo se es feliz en la experiencia del vértigo? ¿No puede acaso existir un estado de encantamiento con la vida cotidiana? Claro que sí. Es más. Ya hay filósofos y teólogos que hablan de la revolución de lo cotidiano. El mismo papa Francisco predica acerca de la normalidad de vida honesta y cristiana, en medio de la santidad de la vida diaria ("Alégrense y regocíjense", 2018). Con tal que alejemos de ella lo mecánico y la routine, de suyo desgastante.


La estética parece reemplazar la ética. La estadística ha tomado el timón. El proyecto social se diluyó, subdividiéndose en mediocres objetivos individuales. ¿Quiénes han de recomponer estos elementos perdidos? Según Bauman, los medios de comunicación social y los educadores, verdaderos agentes de cambio. Renegociar el tejido de solidaridad e interdependencia es el camino, pero a nivel global.


Recuerdo aquella célebre expresión de Benedicto XVI cuando decía: "Merced a las tecnologías de comunicación, el mundo está más informado -en simultáneo- pero no por ello más unido".


Comunicadores y maestros tenemos por delante un enorme desafío y una ineludible misión: formar e informar, testimoniar ejemplarmente, vivir los valores en la frescura de todos los días que Dios nos regala.