"...Si no perdonan de corazón a sus enemigos, tampoco el padre de ustedes los perdonará''... 

En aquel tiempo se acercó un escriba a Jesús y le preguntó: "¿Cuál es el primero de los mandamientos?''. Jesús respondió: "El primero es: Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo'' (Mc 12,28-34).


Se ha observado un hecho. El río Jordán, en su curso, forma dos mares: el mar de Galilea y el mar Muerto, pero mientras que el mar de Galilea es un mar bullente de vida, entre las aguas con más pesca de la tierra, el mar Muerto es precisamente un mar "muerto'', no hay traza de vida en él ni a su alrededor, sólo salinas. Y sin embargo se trata de las mismas aguas del Jordán. La explicación, al menos en parte, es esta: el mar de Galilea recibe las aguas del Jordán, pero no las retiene para sí, las hace volver a fluir de manera que puedan irrigar todo el valle del Jordán. El mar Muerto recibe las aguas y las retiene para sí, no tiene desaguaderos, de él no sale una gota de agua. Es un símbolo. Para recibir amor de Dios, debemos darlo a los hermanos, y cuanto más lo damos, más lo recibimos. Sobre esto queremos reflexionar en esta meditación. El vínculo entre los dos amores se expresa de forma programática por la palabra de Dios: "Si Dios nos amó tanto, también nosotros debemos amarnos los unos a los otros'' (1 Jn 4,11). "Amarás a tu prójimo como a ti mismo'' era un mandamiento antiguo, escrito en la ley de Moisés (Lv 19,18) y Jesús mismo lo cita como tal (Lc 10, 27). ¿Cómo entonces Jesús lo llama "su'' mandamiento y el mandamiento "nuevo''? La respuesta es que con él han cambiado el objeto, el sujeto y el motivo del amor al prójimo.


Ha cambiado el objeto, es decir, el prójimo a quien amar. Este ya no es sólo el compatriota, o como mucho el huésped que vive con el pueblo, sino todo hombre, incluso el extranjero, y el enemigo. Es verdad que la frase "Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo'' no se encuentra literalmente en el Antiguo Testamento, pero resume su orientación general, expresada en la ley del Talión: "Ojo por ojo, diente por diente'' (Lv 24,20), sobre todo si se compara con lo que Jesús exige de los suyos: "Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores; así serán hijos del Padre que está en el cielo'' (Mt 5, 44-47). 


Ha cambiado también el sujeto del amor al prójimo, es decir, el significado de la palabra prójimo. Este no es el otro; no es el que está cercano, sino el que "se hace'' cercano. Con la parábola del buen samaritano Jesús demuestra que no hay que esperar pasivamente a que el prójimo aparezca en mi camino. El prójimo no existe de partida, sino que tendrá un prójimo, sólo el que se haga próximo a alguien. 


Ha cambiado sobre todo el modelo o la medida del amor al prójimo. Hasta Jesús, el modelo era el amor de uno mismo: "como a ti mismo''. El hombre sabe muy bien qué significa, en toda circunstancia, amarse a sí mismo; es un espejo que tiene siempre ante sí, no tiene escapatoria. Y sin embargo deja una escapatoria, y es por ello que Jesús lo sustituye por otro modelo y otra medida: "Este es mi mandamiento: que se amen unos a otros, como yo los he amado'' (Jn 15,12). El hombre puede amarse a sí mismo de forma equivocada, es decir, desear el mal, no el bien, amar el vicio, no la virtud. Si un hombre semejante ama a los demás como a sí mismo, ¡pobre la persona que sea amada así! 


Con Jesús se pasa de la relación entre dos actores: "Lo que el otro te hace, hazlo a él'', a la relación entre tres actores: "Lo que Dios te ha hecho a ti, hazlo tu al otro'', o, partiendo de la dirección opuesta: "Lo que tu hayas hecho al otro, es lo que Dios hará contigo''. Son incontables las palabras de Jesús y de los apóstoles que repiten este concepto: "Como Dios los ha perdonado, perdónense unos a otros'': "Si no perdonan de corazón a sus enemigos, tampoco el padre de ustedes los perdonará''. Se corta la excusa de raíz: "Pero él no me ama, me ofende...". Esto le compete a él, no a vos. A vos te tiene que importar sólo lo que haces al otro y cómo te comportas frente a lo que el otro te hace a ti. Don Orione hacía notar que "No es verdaderamente bueno, quien no sabe ser bueno con quien es malo''. Desde Jesús, la medida del amor es amar sin medida. No es decir: "te amo porque te necesito'', sino "te necesito porque te amo''.