Días atrás escuché a una persona vincular a la Iglesia Católica con la promoción del pobrismo. Lo hacía en una mesa de debate transmitida por un medio nacional. Hablaba de una manipulación de los pobres para uso proselitista. Llegó a poner en duda, inclusive, la sinceridad del trabajo solidario de los curas villeros. Fueron frases fuertes dichas con sarcasmo, sin esbozar un solo argumento. Me llama la atención la ligereza que mostramos cuando emitimos juicios de tamaña envergadura. Ello suele dejar al descubierto nuestros prejuicios alimentados, en general, por la ignorancia. Cóctel para nada edificante porque habla de pobrezas propias, no ajenas.


Tengamos en cuenta, en primer lugar, que nuestra inteligencia está destinada a conocer la verdad, como saeta que busca su meta. Precisamente, la ignorancia y el prejuicio son obstáculos en esta búsqueda. ¿Cómo emitir juicios desde el no ser? Porque el desconocimiento expresa ignorancia sobre una cosa. Y la ignorancia (del verbo latino "ignorare") es un "no saber" que suele alimentar prejuicios. Porque pre-juicio, etimológica y conceptualmente, implica prejuzgar. Es decir, juzgar a una persona o institución sin cabal conocimiento de la misma. Emitimos una opinión sobre algo que conocemos poco o mal. He aquí una primera conclusión. Los juicios que emitimos desde la ignorancia y el prejuicio, no son caminos conducentes a la verdad. Por el contrario, constituyen su negación. Es pura lógica.

"...Debemos tener en claro que una cosa es defender la dignidad de los pobres y otra distinta es promover la pobreza".

Avancemos en un segundo punto. La relación entre pobres e iglesia, epicentro del cuestionamiento que hiciera aquel panelista. Hago aquí una aclaración. Cuando hablamos de pobreza, no lo hacemos exclusivamente desde las definiciones socioeconómicas. Es decir, desde los parámetros que evalúan el nivel de ingreso respecto a satisfacción de necesidades elementales como alimentación, vivienda, educación, salud, acceso a bienes y servicios, etc. La acepción es más amplia. Pobreza es sinónimo de carencias y no siempre está referida a escasez de medios económicos. Pobreza también incluye carencias de virtudes, de valores y principios, de vida interior.


En cualquier caso, es cierto que los más vulnerables son el eje de la actividad pastoral de la Iglesia. Su preocupación preferencial está puesta allí. No es tan difícil de entender. La lógica del amor está en el centro de esta preocupación. Propongo apelar a la experiencia para acceder a estos conceptos. Efectivamente, la experiencia nos dice que los padres amamos por igual a nuestros hijos, pero tenemos una especial preocupación por los más frágiles. De la misma manera, pero desde la fe, creemos en un Dios que, si bien ama a todos por igual, tiene un amor especial o de predilección por los más débiles. La hermosa parábola del Hijo pródigo da cuenta de ello (Lc. 15, 11-31) La experiencia también nos indica que esta preocupación especial por los hijos más vulnerable no es simple abstracción. Traducimos este amor en hechos, acompañando, escuchando, estando cerca, curando sus heridas. De idéntica manera y siempre recordando las reglas de la analogía, el amor especial de Dios por sus hijos más frágiles se traduce en hechos concretos, que implican, ante todo cuidado y cercanía. Esta opción define la razón de ser de la Iglesia. Pero no es exclusiva de la Iglesia Católica. Abundan ejemplos de iniciativas en idéntico sentido en otras religiones cristianas y no cristianas.


Llegamos así al último punto que subyace en la crítica del panelista. Y lo hago con una pregunta: ¿La religión hace proselitismo con los pobres? Entendemos por proselitismo el celo puesto por una persona o institución de ganar adeptos. Para responder debemos tener en claro que una cosa es defender la dignidad de los pobres y otra distinta es promover la pobreza. Este amor preferencial nos impide conformarnos con proclamar aquella dignidad. Además, y en nombre de ella, se ha de trabajar para rescatarlo de la pobreza que lo somete a tamaña indignidad. No hay proselitismo posible cuando el bolsillo está vacío y el hambre asola. 

Por Miryan Andújar
Abogada, docente e investigadora
Instituto de Bioética de la UCCuyo