La pandemia causada por el Covid-19 trajo consigo la revalorización de la palabra. Nadie duda que la función del lenguaje en una sociedad es favorecer la comunicación y las relaciones humanas. Para ello es necesario que la palabra exprese la verdad. En este "ethos" de la verdad, la veracidad asume una misión esencial. No puede haber comunicación de verdad si no comunicamos con la verdad. Podemos decir en ese sentido que la verdad está cargada de destino, es verdad para otros en la medida en que es comunicada y se vuelve mensaje. Ser veraz es entonces una virtud moral que nos perfecciona, pero también una virtud social que cualifica las relaciones humanas.


En tiempos de pandemia marcados por la incertidumbre y la desazón debemos cuidar y llenar de sentido las palabras. La falta de veracidad en quien comunica, genera desconfianza y aumenta la ansiedad. Más que nunca debe ser precisa y apoyarse en hechos que le den sustento. Ajustada a la verdad y bien dicha, la palabra puede movilizar emociones positivas, menguar los niveles de angustia y proyectar horizontes de esperanza. De allí su poder.

"Necesitamos líderes que cuiden la palabra, que las llenen de contenidos éticos y honren la palabra dicha".

Recuerdo un celebrado discurso del Primer Ministro Inglés Winston Churchill pronunciado el 4 de junio de 1940 en el Parlamento. Churchill, reconocido por su liderazgo durante la Segunda Guerra Mundial, era también un gran orador. Europa enfrentaba una cruel guerra que se llevaría millones de vidas. Las tropas alemanas habían penetrado las posiciones defensivas francesas y en cuestión de días llegarían al Canal de la Mancha. Mientras eso sucedía, 30.000 hombres del Ejército británico habían quedado acorralados en las playas. Churchill tomó entonces una decisión tan audaz como riesgosa: rescatar a sus tropas. Días antes había dado otro paso que sería decisivo. Tomó contacto con su pueblo, caminó las calles y percibió en primera persona la determinación y el temple de los ciudadanos. Aquel 4 de junio, daba cuenta a su Parlamento del éxito de la operación de rescate. El ambiente en la Cámara le era hostil. Sin embargo, la veracidad de sus palabras y la fuerza de su discurso, lograron la adhesión que buscaba. Alguien en el Parlamento desconcertado preguntaba, ¿qué cambió el ánimo de los ingleses? "Les tiró con la lengua inglesa y los mandó a la guerra", fue la contundente respuesta que recibió. Evidentemente cuándo las palabras comunican la verdad y se dicen con verdad, tienen magia.


Pienso en los dirigentes que hoy les ha tocado en suerte, gestionar el bien común en tiempos de pandemia. Y me resulta difícil pensar que interminables discursos, no siempre apoyados en la verdad y cargados de descalificativos, aquieten las legítimas preocupaciones de los ciudadanos. Me resulta difícil pensar que destratando a quienes hemos de pedir mayor nivel de responsabilidad, puedan sentirse motivados. Como también creo que palabras que describen visiones catastróficas y alarmistas, sólo generan miedo y paralizan. En momentos de crisis se requieren liderazgos que transmitan tranquilidad. Por eso, decir la verdad y saber decirla son dos caras de la mima moneda. Es difícil motivar cuando se habla con palabras e imágenes que presenten la realidad como un pozo oscuro y sin salida.


El Covid-19 no sólo puso en jaque al sistema sanitario, sino también nuestro sistema de valores. Como siempre y por más que le pese a algunos, la ética está en el centro del debate. ¿Qué derechos humanos de los que están en juego son priorizados? ¿Cómo minimizar el impacto de las medidas sanitarias en el ejercicio de las libertades personales? ¿Cómo garantizar la salud pública sin afectar los derechos de los pacientes? ¿Cómo cuidar sin estigmatizar? ¿Qué criterios bioéticos se utilizan para la distribución de los recursos sanitarios? Son todos interrogantes que implican un planteo ético insoslayable. Por eso necesitamos liderazgos éticos, cuya fuerza trascienda los votos y se apoye en la coherencia moral que puedan exponer sin tapujos. Qué logren la conformidad de sus palabras con el pensamiento y la fidelidad de su conducta con sus palabras.

Por Miryan Andújar
Abogada, docente e investigadora
Instituto de Bioética de la UCCuyo