La Feria del Libro que se inaugurará el próximo 20 de abril será un momento privilegiado de la cultura donde el pensamiento hecho palabra escrita se expondrá a través de la pluralidad de escritores y textos. Se trata de un hecho privilegiado, expresión de la riqueza intelectual del país.

De ahí que resulte lamentable lo manifestado por el director de la Biblioteca Nacional, Horacio González, y un grupo denominado Carta Abierta, al reprobar por agraviante que se haya invitado al Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa a la apertura de la Feria, porque consideran que irá en contra de "las preferencias democráticas y mayoritarias de nuestro pueblo''. La democracia auténtica es posible solamente en un Estado de derecho y un clima de libertad, incluida la de expresión, ya que lo contrario lesiona las bases democráticas de pluralidad y diálogo.

Resulta positivo que la presidenta Cristina Fernández haya solicitado a Horacio González retirar la crítica carta que enviara a la Fundación El Libro en contra del prestigioso escritor peruano. El deterioro de las instituciones y la indigencia del lenguaje no son equivalentes, pero se complementan. Siendo así, no es casual que en el país coexistan los más variados desprecios a una convivencia pacífica, puesta en evidencia con críticas que hasta perjudican al mismo gobierno. Cuando el lenguaje es entendido como un arma de dominación que debe esgrimirse a expensas de toda alteridad, la libertad queda oscurecida, con el riesgo de quedar atrapada por la ideología obtusa.

El pensamiento homogeneizado no es expresión de madurez política. La llamada clase dirigente y ciertos grupos que se reconocen como intelectuales no han vacilado en hacer su propio aporte a ese ejercicio irresponsable de la palabra, convirtiendo al adversario en enemigo y a la disidencia con el propio parecer en un insulto.

La libertad es destronada por el despotismo y la pluralidad de ideas es desterrada por el monólogo. En consecuencia, no hay debate sino maniqueísmo. La discrepancia se transforma en agresiva confrontación, y ésta, en una práctica orientada hacia la degradación del contrincante.

El hecho que por primera vez un Premio Nobel inaugure la Feria del Libro debería ser un honor. No permitir que exprese sus ideas sería añadir un nuevo excluido por la intolerancia de los obsecuentes del poder.