Los casos de violencia doméstica aumentaron en 2010, según un informe de la oficina de la Corte Suprema de Justicia que atiende esta problemática. En enero último se reportaron 657 casos, a diferencia del mismo mes del año pasado que fueron 526 y 375 en 2009. El 78% de las víctimas son mujeres.

Son muchos los mitos en torno a la violencia doméstica: uno es que sólo ocurre en las clases bajas, entre personas de educación deficiente y sin recursos. Sin embargo, los especialistas explican que se da en todos los estratos económicos, pero con sus particularidades. A las cifras oficiales habría que sumar la de los terapeutas que atienden casos de violencia en sus consultorios.

La realidad exige una mirada más abarcativa a este complejo fenómeno social que pide una solución más efectiva. Es decir, un enfoque que vaya a las raíces de la violencia doméstica, que incluyen infancias traumáticas marcadas a fuego, relaciones de pareja donde predominan la sumisión y la dependencia afectiva; inseguridades y frustraciones acumuladas que se canalizan de la peor forma; serios problemas de comunicación, y una sociedad machista que avala este tipo de trato hacia la mujer y los hijos.

La violencia no es una enfermedad, sino un comportamiento que los victimarios aprendieron en sus casas durante la infancia y que al darles resultado lo siguen empleando. Al ser una conducta aprendida, la buena noticia es que se puede desaprender y es allí donde aparece la posibilidad de cambio. Si bien en los últimos años se han multiplicado los espacios de tratamiento y contención para las mujeres agredidas, sus parejas sólo reciben una sugerencia del juez sobre empezar algún tipo de tratamiento, en los casi inexistentes lugares dedicados a ellos.

Sin embargo, y a pesar del profundo estigma social, cada vez más hombres se animan a participar de grupos de terapia para combatir la violencia y conseguir abrazar un ambiente familiar más sano. Son los menos y lo saben, pero esperan de a poco ir contagiando a otros para que se animen a pedir ayuda.

La esperanza está depositada en el crecimiento de las redes que se establezcan entre un Estado que debería estar más presente y la sociedad en su conjunto. Sin violencia familiar se acabará con la violencia social que se vive en la Argentina.