Llegó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al ver a Jesús se arrojó a sus pies, rogándole con insistencia: “Mi hijita se está muriendo; ven a imponerle las manos, para que se cure y viva”.  Jesús fue con él y lo seguía una gran multitud que lo apretaba por todos lados.  Llegaron unas personas de la casa del jefe de la sinagoga y le dijeron: “Tu hija ya murió; ¿para qué vas a seguir molestando al Maestro?”.  Pero Jesús, sin tener en cuenta esas palabras, dijo al jefe de la sinagoga: “No temas, basta que creas”.  Y fue a casa del jefe de la sinagoga.  Al entrar, les dijo: “¿Por qué se alborotan y lloran? La niña no está muerta, sino que duerme”.  Pero Jesús hizo salir a todos, tomó a la niña de la mano y le dijo: “Talitá kum”, que significa: “¡Niña, yo te lo ordeno, levántate!”.  En seguida la niña, que ya tenía doce años, se levantó y comenzó a caminar.  (Mc 5,21-24. 35-43).

               

Las historias de la mujer que sufría de hemorragias y de la hija de Jairo, son dos de los cuatro milagros en esta sección del evangelio de Marcos.  El primero es el de la tempestad calmada, en la que Jesús muestra su poder sobre la naturaleza (Mc 4,35-41).  El segundo: Jesús sana al endemoniado geraseno, revelando su poder sobre los demonios (Mc 5,1-20).  Ahora, al curar a la hemorroísa y a la hija del jefe de la sinagoga, se nos presenta con poder sobre la enfermedad y la muerte, trayendo salvación en situaciones de desesperación.  Las historias muestran cómo Jesús trata a gente de gran diferencia social.  Jairo es influyente y tiene dinero, mientras que la mujer es pobre y socialmente rechazada. Jesús no favorece a uno sobre otro.  Ni rehúsa a Jairo por su dinero y nivel social, ni ignora a la mujer por su pobreza y su marginalidad.  En las dos historias, las autoridades han demostrado que no hay remedio para estas dos mujeres.  A lo largo de los años, la hemorroísa ha gastado todo su dinero con médicos.  Aún así, los mejores remedios que ofrecieron fallaron.  En la casa de Jairo, la multitud ya ha empezado los ritos de luto, porque la niña está muerta.  Ambas historias tratan de impureza ritual.  La mujer no está limpia por su flujo de sangre (Lev 15,25-30).  La niña no está limpia porque está muerta (Num 19,11-20).  Quien sea que las toque también quedará impuro al hacerlo.  La mujer ha sufrido doce años y la niña tiene doce años.  A la niña y la mujer se les llama “hija” (Mc 5,22.34).

 

 

La hija de Jairo tenía 12 años.  Los judíos decían que una niña se convertía en mujer a los 12 años y un día.  Estaba en la plenitud de la vida.  Iba a comenzar su historia de mujer, de esposa, y de fecundidad.  Pero llega la enfermedad grave que estremece a sus padres y los amenaza con la peor de las tragedias.  Esta joven no solo está amenazada de muerte, sino que cuando podría conseguir ser fecunda, no va a poder serlo.  Jairo es un personaje que surge de la muchedumbre.  En hebreo, su nombre significa “el que fue iluminado”.  Dirigía la sinagoga de Cafarnaúm, ciudad de Galilea situada junto al lago Tiberíades.  Al ver a Jesús, cae a sus pies. Confía en que basta que el Nazareno le imponga las manos para que su hija se salve y viva.  Jairo no se presenta ante Jesús como un jefe religioso, sino como un ser humano en precariedad, que se humilla y solicita ayuda: “cayó a sus pies, y le suplicaba con insistencia diciendo: Mi hija está a punto de morir; ven, imponle las manos para que se salve y viva”.  En cierto sentido, esto nos asombra, porque al caer a los pies de un maestro itinerante y sin autoridad, Jairo desechó su rango y prestigio.  El Maestro atiende inmediatamente su súplica, pero le ruega  que no tema y lo invita a vivir la experiencia de la fe.  Era la fe la que iba a crear el clima para el milagro.  La fe, que es un plus esencial para afrontar la vida. 

 

El texto nos presenta los tres momentos a través de los cuales la fe crece y alcanza su plenitud.  En un primer nivel, hay una fe incipiente, la cual reconoce que en contacto con Jesús se puede alcanzar la salvación.  Creer significa reconocer la humana indigencia y confiar en la divina omnipotencia.  El segundo nivel surge de la mirada de Jesús. Creer implica dejar que nuestra limitada mirada se cruce con la mirada infinita de Jesús.  De este modo se superan los límites del tiempo para alcanzar el horizonte de eternidad. El tercer nivel es lo que el Maestro exige a Jairo: “No temas, tan sólo confía”.  Creer es abandonarse en el amor fiel, creativo y curativo de un Dios que siempre da la vida porque siempre rechaza la muerte.