Nuestra vida se trenza en el telar del tiempo. Como hilanderos de nuestro destino, vamos tejiendo, paso a paso, la trama de nuestra biografía personal. Con libertad elegimos un norte y avanzamos en esa dirección en cada decisión que tomamos. No somos marionetas en las manos de un Dios déspota que anuló todo espacio para el libre arbitrio. Tampoco estamos atrapados en la cárcel de un destino prefijado. Cada cual es alfarero de su propio destino.


DIOS Y NUESTRA LIBERTAD

Siempre me ha inquietado la relación entre nuestra libertad y el conocimiento que Dios tiene de nuestras decisiones. Desde la fe, sabemos que Dios conoce con certeza, las acciones futuras libres de los seres racionales. La teología le llama ciencia de visión. Subrayo este punto porque creo que acá está la clave: lo que Dios prevé son las decisiones que tomamos a través del tiempo, en ejercicio de nuestra libertad. Sólo que él no tiene tiempo, su morada es la eternidad. Y el medio con que Dios conoce es con su propia esencia. Pero este conocimiento no determina ni influye en nuestras acciones. El mejor testimonio de ello es nuestra propia experiencia moral. En numerosas ocasiones todos alguna vez hemos experimentado cómo nuestra conciencia nos indica la opción correcta y sin embargo decidimos dando la espalda al consejo prudencial. Ello tiene una razón: a la hora de ejecutar el acto, el señorío lo tiene nuestra libertad interior. Por eso en cada decisión que tomamos celebramos la libertad que nos ha sido dada. 


Reconozco por mi práctica docente, que este es uno de los temas que más polémicas genera entre los alumnos. Claro que siempre habré de preferir el bullicio y el desorden que suelen generar los debates, a las aulas yertas y silenciosas, donde las clases se asemejan más a un adoctrinamiento que a la búsqueda de la verdad.


 LA EXPERIENCIA DE LA LIBERTAD

Pero más allá de la fe que cada cual predica o ante la falta de ella, en algo todos hemos de coincidir. Reconocernos seres libres no es una cuestión de fe. La libertad es un hecho y entre los hechos que observamos, dirá el filósofo francés Henri Bergson, (1859- 1941) no hay otro más claro (CF. Vernaux-Filosofía del hombre, Herder. Barcelona 1997, pág.180) Somos seres libres y se demuestra por el dato incuestionable de que podemos autodeterminarnos.


Sí la persona no estuviese dotada de libertad, ¿qué sentido tendrían los consejos y las exhortaciones, aún las mismas prohibiciones? Sin libertad quedaríamos atrapados en un atolladero. ¿Cómo decidir? La conciencia, como juicio práctico de nuestra razón, nos mostrará la bondad o malicia de las opciones, pero no nos dirá cuál elegir. Para decidir en el caso concreto, debemos recurrir a la libertad de elección. Primero ayudándonos a elegir entre actuar o no actuar (libertad de ejercicio), y luego ya en las cercanías de la decisión, ayudándonos a elegir entre hacer esto o lo otro (libertad de especificación). Por eso es que la libertad es presupuesto de la moral. Sin libertad no habría responsabilidad por nuestros actos y el bien y el mal moral no existirían. 


Más que oportunos los versos del poema "Invictus" perteneciente al poeta inglés William Henley (1849-1903) que inspiró a Nelson Mandela durante sus años de presidio: "No importa cuán estrecha sea la puerta// Cuán cargada de castigos la sentencia// Soy el amo de mi destino//Soy el capitán de mi alma".

Por Miryan Andujar
Abogada, docente e investigadora
Instituto de Bioética de la UCCuyo