La jefa del Gobierno alemán tiene un protagonismo en la búsqueda de soluciones de fondo a la peor crisis económica y financiera de Europa, de post guerra que con críticas de ribetes desmesurados o apoyos contundentes. El problema afecta la institucionalidad política, altera la paz social y fagocita gobiernos y líderes, amén de que sus consecuencias resienten todos los estamentos de la sociedad.

El cimbronazo preocupa al mundo globalizado porque además de trasladar sus efectos, interfiere en las relaciones diplomáticas, comerciales y de todo orden y nivel a pesar de la idea generalizada, necesaria y conveniente de la unión y comprensión solidaria. La idea de comunión prolifera para resolver problemas de todos, más allá del centro de gravedad que la produce. En una paradoja nueva, hay un escenario expectante, que se analiza en sí misma siguiendo paso a paso cada movimiento de este mundo inconmensurable que dejó de ser grande. Los pueblos, sensibles a sus realidades intrínsecas, han sido los primeros en percibir sin análisis medulosos ni intelectualizados, que la tremenda crisis se produce en tiempos de paz, sin ser causa directa de ninguna guerra ni catástrofes fenoménicas.

Los gobiernos deberán ser contestes con esa realidad imperante en un plano regionalizando, y así como la moneda única en ese gran espacio de naciones ha producido enormes dividendos y beneficios, en igual medida se deteriora la moneda cuando la desproporción y la desmedida se instala en la agónica visión de los gobernantes, generando el perjuicio común.

En esta evidencia que roza sin miramientos el prestigio de líderes políticos, ha sorprendido la arremetida en torno a la canciller de Alemania, Angela Merkel, señalándole con el interrogante que la expone como parte de la solución o parte del problema. Aún perdura el vaticinio que ve en su áurea no sólo la luz del principal apoyo a la sede de Bruselas (UE), sino porque en ese amparo se sostiene el euro, distinguiéndose en ella la clave de la solución.

Quienes ya la juzgan de otro modo, la incluyen como parte del problema, y no valoran su coherencia en la Unión Europea ni la solidez del Estado alemán, sino que se aferran a ciertos flancos evidentes en su modo de ser que fueron y son más parte del enigma que de la realidad política de la eurozona.