Aquí en México, donde me encuentro, las bofetadas a golpe de tuits sorprenden al lustrabotas como a la ama de casa. Los adagios "del dicho al hecho hay largo trecho" y "perro que ladra no muerde" eran el mecanismo de defensa de un país que creyó que las hostilidades antiinmigrante y la construcción de un muro, sólo fueron estrategia electoral. 


A horas de firmar el decreto para construir el muro y la promesa de que México pagaría por él, se terminó la incertidumbre que conllevaban las amenazas. Ante el hecho consumado, ya no importa la construcción de la valla, que al fin y al cabo, también evitará el tráfico de armas desde el norte. Lo que duele es la humillación de un pueblo que no siente que haya provocado grandes males, para que se le pague con medidas tan desproporcionadas, insultos y agresividad que vale para pueblos en guerra. 


Duele el irrespeto de una estridente diplomacia trumpista a fuerza de tuits que ridiculiza a cualquiera sin preocupación por las consecuencias. El presidente Enrique Peña Nieto no tuvo otra opción. Canceló su visita a EEUU luego que Trump lo destrozara por Twiter: no aparezcas si no estás dispuesto a costear el muro. Analistas y la gente dividieron posiciones sobre si convenía el viaje de Peña Nieto. Lo criticarían si iría o no y lo hicieron cuando canceló "porque tardó mucho en decidir". Hacer leña del árbol caído no fue difícil con alguien de tan sólo 12% de popularidad. 


Los tuitazos de Trump anunciando que cobrará aranceles del 20% a los productos mexicanos, que impondrá tasas a las remesas familiares, que penalizará a las compañías estadounidenses que sigan fabricando o ensamblando autos en el país o que renegociará a su favor el tratado de libre comercio de América del Norte, desinflaron las reservas en 3.000 millones de dólares, desplomaron los índices bursátiles, devaluaron el peso y generaron inflación. 


Lo asombroso es que, a diferencia de otros políticos, Trump está cumpliendo las promesas que hizo en campaña. Lo hace, además, con una prédica nacionalista y el favor de unos sindicatos que solían alinearse con los demócratas. Sumado a esta sorpresa y subversión del orden político, aturde con medidas tan rápidas como lo que tarda en escribir un tuit. Fue humillante para la avanzada de Peña Nieto que discutía algunos puntos de encuentro, saber que en el mismo instante en el salón contiguo, Trump firmaba el decreto por el muro. Lo mismo hizo con los Obama. A minutos de despedirlos, entró al Salón Oval y firmó con desparpajo el comienzo del fin del Obamacare, un plan que Obama tardó años en construir. 


Su estilo, irreverente, intempestivo, unidireccional sin diálogo ni concesiones, alejado de la diplomacia y las buenas maneras que suelen prevalecer entre vecinos, agrava las medidas polémicas o buenas que adopta. El mundo está perplejo ante el avasallamiento de Trump a todos los inmigrantes sin distinción de credos y colores. México como otros países afectados por políticas antinmigrantes está ante una encrucijada política y económica, a merced de un Trump que se autoadjudica la decisión de su destino. 
 

De 3.000 kilómetros de frontera, ya construyeron mil de muro.