Celebramos hoy la solemnidad de la Inmaculada Concepción. ¿Qué nos dice María? Nos habla con la Palabra de Dios que se hizo carne en su seno. Su "mensaje'' no es otro sino Jesús. Gracias a él y por él, ella es la Inmaculada. Y como el Hijo de Dios se hizo hombre por nosotros, también ella, su Madre, fue preservada del pecado por todos nosotros, como anticipación de la salvación de Dios para cada hombre. Así María nos dice que todos estamos llamados a abrirnos a la acción del Espíritu Santo para poder llegar a ser, en nuestro destino final, inmaculados, plena y definitivamente libres del mal. Nos lo dice con su misma santidad, con una mirada llena de esperanza y de compasión. Se dice que los ojos son las ventanas del corazón. El de María es puro, inmaculado y santo. La pureza de corazón es don de Dios. Por eso, ésta es, ante todo, la pureza de fe. María es bienaventurada porque ha creído. El misterio de la Inmaculada Concepción no sólo hace alusión exclusiva a la obra de Dios en María, a la preservación de toda mancha de pecado original y personal, sino que es, además, la celebración de la fidelidad guardada por María a la gracia de Dios a lo largo de toda su vida. Nació a esta vida mortal siendo desde el primer instante inmaculada, hija de la luz y nació a la vida eterna habiendo conservado encendida su lámpara. En el salmo 24 se formula la pregunta: "¿Quién subirá al monte del Señor?, ¿quién podrá estar en su recinto santo?'' (24,3); o lo que es lo mismo: ¿quién puede estar en la presencia de Dios?, ¿quién puede contemplar a Dios? Y el mismo salmo responde: "El que tiene manos limpias y puro corazón'' (Salmo 24,4). Pureza de corazón y visión de Dios son términos correlativos en la Bienaventuranza: "Felices los limpios de corazón porque verán a Dios'' (Mt 5,8). María por ser inmaculada es la pura y fiel, la de los ojos que transmiten luz y ternura, claridad y misericordia.

"¡Madre no hay más que una'' dice el refrán. Aunque bien sabemos los cristianos que el cuidado amoroso que Dios nos prodiga, nos llega tanto a través del cariño maternal de nuestra madre en la tierra, como de nuestra madre del Cielo. Es obvio que María pasó, como todos nosotros, por la etapa de la infancia y de la adolescencia; aunque para todos los tiempos y para toda la humanidad, haya quedado perpetuada como "Madre de Dios y Madre nuestra''. Sin duda alguna, la maternidad es la cualidad que más ha configurado la vida y la vocación de la Virgen María. Vivimos en una generación que ha hecho grandes progresos; y no me refiero solamente al progreso técnico, sino también a muchas conquistas sociales. Pero al mismo tiempo y, paradójicamente, hay un gran salto entre este progreso técnico social y la crisis espiritual que padece una buena parte de la humanidad. Nuestra sociedad tan avanzada en algunos campos, padece sin embargo una orfandad moral y espiritual muy notoria. El materialismo sofocante y la frivolidad generalizada, hacen que estemos más necesitados de "madre'' y de "padre'' que nunca. De hecho, las heridas afectivas son más frecuentes entre nosotros, de lo que a primera vista pueda parecer. Cabría afirmar que en nuestros días, ese ser humano que presume falsamente de autosuficiencia, está más necesitado que nunca de ser acogido con "entrañas de misericordia''. Como dice el refrán: "'Dime de qué presumes y te diré de qué careces''.

He aquí que Dios nos ofrece a la Virgen María como "Reina y Madre de misericordia'', tal y como la invocamos en la oración de la Salve. Recuerdo ahora unos versos españoles sobre el color de los ojos de la Virgen, que bien podrían decirse como una bella oración: "'Unos dicen que son verdes, otros que azules tus ojos, pero yo sé por la salve, que son misericordiosos''. María es "toda ojos'' para compadecerse de nosotros y socorrernos. San Epifanio la llama "La de los muchos ojos'', como demostró en las bodas de Caná de Galilea, atenta siempre a las necesidades de sus hijos, especialmente de los más menesterosos. Santa Brígida oyó a Jesús que decía a su Madre: "Madre, pídeme lo que quieras''. Y santa Brígida escuchó que Ella le solicitaba: "'Pido misericordia para los pecadores''. Como si le dijese: "Hijo, tú me has nombrado Madre de la misericordia, refugio de los pecadores, abogada de los oprimidos y me dices que te pida lo que quiera. ¿Qué he de pedirte? Te pido que tengas misericordia de mis hijos necesitados''. Y así, aquella conversación mística entre Madre e Hijo, concluía de la siguiente manera: "Por mi omnipotencia, querida Madre, te he concedido el perdón de todos los pecadores que invocan con piedad tu auxilio''. Qué alegría pues saber que la Inmaculada nos mira como Dios la miró a ella, insignificante a los ojos del mundo, pero elegida y preciosa para Dios.