Jesús salió de allí y se dirigió a su pueblo, seguido de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, comenzó a enseñar en la sinagoga, y la multitud que lo escuchaba estaba asombrada y decía: "¿De dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada y esos grandes milagros que se realizan por sus manos? ¿No es acaso el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? ¿Y sus hermanos no viven aquí entre nosotros?". Y Jesús era para ellos un motivo de escándalo. Por eso les dijo: "Un profeta es despreciado solamente en su pueblo, en su familia y en su casa". Y no pudo hacer allí ningún milagro, fuera de curar a unos pocos enfermos, imponiéndoles las manos. Y él se asombraba de su falta de fe (Mc 6, 1-6).
El capítulo 5 del evangelio de Marcos se cerraba con la donación de la vida a la hija adolescente de Jairo que estaba muerta, demostrando así lo que puede alcanzar la fe en el poder de Jesús. Ahora, como se puede percibir en el evangelio correspondiente a este domingo XIV durante el año, Jesús no encuentra fe en su pueblo natal, razón por la cual se ve imposibilitado de realizar milagros allí. Más aún, llega a ser para ellos, motivo de escándalo y de rechazo. El evangelista san Juan en su Prólogo afirmaba lo que ahora se cumplió: "Vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron" (Jn 1,11). Lo curioso es que Jesús es motivo de escándalo. ¿En qué consiste este escándalo? Los "suyos" admiten fácilmente que lo que Jesús hace y dice no tiene un origen humano; que su sabiduría le viene dada de lo alto y que los prodigios realizados con sus manos sólo tienen una explicación sobrenatural. Pero lo que ellos no aceptan es que la palabra decisiva y la acción liberadora de Dios estén estrechamente ligadas a un hombre concreto, de quien conocen su lugar de origen, la humilde condición social de él y de sus parientes. Se trata del escándalo de la "Palabra hecha carne" (Jn 1,14).
Hay un estupor inicial que, en vez de abrirse al misterio se encierra en el prejuicio. El maravillarse es el principio de la sabiduría. Quien no se asombra no podrá entender nunca quien es Dios. Jesús no fue aceptado a causa de su encarnación. La primera herejía, siempre latente en la Iglesia es la del agnosticismo, que no acepta la debilidad de la humanidad de Jesús, y de su humanidad crucificada. Las primeras herejías son las herejías primeras de la Iglesia. El evangelista Marcos pretende decir a la comunidad que no basta conocer y tocar a Jesús: hay un solo modo de "tocar" que libera, y es el de la fe. Sólo la fe supera al escándalo. Como los habitantes de Nazaret, también nosotros somos una generación que ha despreciado a sus profetas y ha disipado a sus hombres de Dios. Como ellos, hemos nivelado hacia abajo: Jesús es sólo un carpintero, es el hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón. Se nivela para abajo cuando somos especialistas perfeccionados en la descalificación y no en la valoración. De una persona, acogemos sólo su sombra y de ese modo nos cerramos al esplendor y a la epifanía de lo cotidiano. ¡Salvemos al menos el estupor!
El texto de hoy concluye con la sorpresa de Jesús, la maravilla doliente del amante rechazado que continúa amando e inventando gestos, aunque sean mínimos para decirnos que él nunca se cansa de nosotros. "Y no pudo hacer allí ningún milagro, fuera de curar a unos pocos enfermos, imponiéndoles las manos". El amor rechazado continúa amando. El Dios marginado se hace curación y venda de todas nuestras heridas. El amor nunca se cansa; sólo se asombra, pero no guarda rencores. Lo había entendido perfectamente el profeta Ezequiel, quien en la primera lectura de hoy nos dice: "Sea que lo escuchen o se nieguen a hacerlo, sabrán que hay un profeta en medio de ellos" (Ez 2,5). El escritor francés George Bernanos (1888-1948) denuncia apasionadamente la mediocridad diciendo: "Ser mediocre significa estar al lado de alguien o de algo valioso y no darse cuenta". Es lo que les sucedió a los paisanos de Jesús. La fe cristiana consiste en el aceptar no sólo el mensaje y la obra de Jesús, sino sobre todo su persona. Jesús no es el fundador de una religión como Moisés, Buda o Mahoma; no es el maestro de una doctrina o de una moral que puede estar vigente sin él. La fe cristiana no es una idea o una ley, sino un individuo concreto: Jesús, del que hay que admirarse por lo que hizo en y por cada uno de nosotros. Los cristianos no estamos, en la obra de la evangelización, llamados a vender un producto, sino a proponer con entusiasmo y admiración, la belleza de quien nos ha cautivado.
