De la realidad del granero del mundo de la Argentina de mediados del siglo pasado a la utopía del supermercado del mundo de la Argentina actual, hemos transitado un largo camino de idas y vueltas en donde es importante resaltar un tema aún no resuelto y de permanente vigencia en la agenda de los sucesivos gobiernos de nuestro país: "El proceso de sojización de nuestra agricultura con la consecuente pérdida de la identidad y diversidad productiva de nuestra Argentina".  


A efectos de proveer a los lectores de las herramientas que permitan la comprensión del fenómeno vivido, observando el mapa productivo nacional y a partir del análisis de las variables: aptitud de suelos, régimen de precipitaciones anuales y condiciones climáticas, históricamente se pudo segmentar a nuestro país en cuatro zonas perfectamente diferenciadas: 


 * Zonas de gran aptitud con pocas alternativas productivas.  
Esta zona históricamente reconocida como la "Argentina rica'', "la Pampa Húmeda latifundista'' denostada por los enemigos de aquella controvertida "aristocracia Nacional'', y fuente eterna del conflicto industria versus agro; comprende los suelos de mayor aptitud productiva de nuestro país.  


La fertilidad de sus suelos, la abundancia y regularidad de precipitaciones y temperaturas, tenían como consecuencia directa la especialización productiva en productos de alta rentabilidad. Era la Argentina destinada a la producción triguera, a la cría de hacienda, al desarrollo tambero, era la Argentina de producción estable que buscaba principalmente destinos externos para su rentable producción. 


 * Zonas de aptitud relativa con diversidad de alternativas productivas.  
Colindante con la zona descripta anteriormente, caracterizada por la alternancia de buenas y malas cosechas, sesgada en el implante anual por la variación en los precios internacionales de commodities, encontrábamos esta zona que a partir de la inestabilidad climática y menor calidad de suelos, constituía la argentina de la diversidad productiva.  


La alternancia y rotación entre cereales y oleaginosas tenía como consecuencia una producción heterogénea. Era la Argentina del sorgo, lino, maíz, centeno, maní entre otros.  


 * Zonas de aptitud marginal con pocas alternativas productivas.  
Alejadas de las zonas de mayor aptitud, dedicadas a la explotación de una gran variedad de cultivos generalmente plurianuales, con producciones de fuerte arraigo zonal y habitualmente sujetas a riego asistido, encontramos esta tercer zona productiva en el mapa agrícola nacional. 


Habitualmente conocidas como economías regionales, estas zonas se dedicaron a la producción de frutas, hortalizas, vid, olivo, tabaco, yerba mate, cultivos estos con destino principalmente industrial.  


La imposibilidad de rotaciones en cultivos, la inmovilización a nivel de inversiones de sus proyectos en paralelo a su posición alejada de los grandes centros de consumo nacionales e internacionales, la inestabilidad cambiaria y el incremento del costo logístico, han sellado su suerte a un futuro no muy promisorio. 


 * Zonas sin aptitud.  
La imposibilidad de cultivos hacen que estas zonas no merezcan desde lo productivo ningún tipo de comentarios.  
El proceso de sojización de nuestra agricultura producto del exponencial incremento en la demanda internacional de esta oleaginosa, en paralelo a los altos precios internacionales trajo como consecuencia una pérdida de la identidad productiva de Argentina.  


La pérdida de la diversidad a consecuencia del cultivo de la soja en zonas de menor aptitud de suelos, vía el uso de semillas genéticamente modificadas, en paralelo a una agricultura intensiva implementada por actores productivos antes desconocidos y sin ningún tipo de regulación legal (pooles de siembra), viene predestinando a la Argentina hacia un país monocultivo, con el aditamento de la degradación de suelos que esto implica. 


Como espectadores pasivos, desde la realidad de nuestras empobrecidas economías regionales, asistimos al debate que divide a un país: Si este proceso de sojización, principal fuente de financiamiento de fiscos nacionales, provinciales y municipales, debe ser profundizado o no.  


La falta de políticas sectoriales, en paralelo a un esquema de retenciones diferenciales, falta de regulación del arrendamiento rural e inexistencia de incentivos económico-financieros que permitiera compensar las rentabilidades entre distintos cultivos, han facilitado y agilizado este proceso.  
En paralelo a este degradante proceso de sojización, la pérdida de identidad se potenció a partir de otros dos fenómenos: 


El cambio climático: relativizado por algunos, magnificado por otros, modificó las características productivas de las zonas antes descriptas, la verificación de climas extremos, con incremento de sequías e inundaciones, ha tenido como consecuencia la inestabilidad en las producciones agrícolas, situación que recrudece en las zonas que identificamos como de aptitud marginal con pocas alternativas productivas (economías regionales); inmovilizadas por cultivos plurianuales, tal el caso de nuestra provincia, en donde la alternancia de buenas y malas cosechas sesga cualquier análisis de rentabilidad y sustentabilidad de las explotaciones. 


Innovación tecnológica: el desarrollo de semillas transgénicas (adaptadas a diversos climas), la siembra directa, la aplicación de glifosato, y la implementación de riegos no convencionales entre otras aplicaciones tecnológicas tienden a incrementar el horizonte del mapa productivo en paralelo a constantes incrementos de productividad, haciendo aún más complejo diverso y cambiante el mapa productivo. 

 Como actores de una Argentina productiva con historia y vocación, debemos abocarnos a la tarea de definir el perfil productivo agrícola de nuestro país. Las ventajas comparativas y competitivas nos obligan a estar a la altura de las circunstancias.  Argentina cuenta con un potencial de producción de alimentos 10 veces superior a nuestra actual población, por tal motivo debemos instrumentar políticas de Estado que permitan transformarnos en un supermercado del mundo. 

Por condición, historia y vocación, nos debemos dar a la tarea de definir el perfil productivo agrícola de nuestro país; las ventajas comparativas y competitivas con que gozamos nos obligan estar a la altura de las circunstancias. 

Por el Cr. Carlos Pujador, Contador público nacional.