Se habla poco. Es casi un tabú, sobre todo en el mundo de la política vernácula. Quizás temen el enrostramiento de que se ubican en la otra vereda de la del pueblo. Empero, el populismo es esencialmente antipopular.
El populismo, antes que nada, es un fenomenal engaño. Impostor y falaz que, para peor, embriaga y por ende enajena el discernimiento. El populismo atrapa y pierde a quienes envuelve. Les dobla la voluntad, los deja sin reacción ni defensa.
El populismo sustrae la realidad y transporta a la magia. Se plaga de falsas opciones. Tiende al mesianismo. Obra como un milagrero en el campo cívico. Aunque esto de cívico es un exceso tratándose del populismo pues éste nunca se llevó avenidamente con nada que tuviese olor a civismo, participación y control ciudadano. El populismo promete crear trabajo frotando las piedras o firmando decretos. Más grave, proclama que distribuirá cada vez más y mejor una riqueza que propende a angostar, cuando no a segar.
El populismo no quiere representantes republicanos, sino salvadores. De tanto "salvarnos", en muchos aspectos y planos, como en los del espíritu, estamos casi moribundos. Es gravosamente desafecto a las instituciones. Las manipula hasta vaciarlas.
El populismo es asistemático. Descree de la continuidad y eleva altares a los vaivenes. Zigzaguea con tanta habilidad que se asemeja a un astro del fútbol. Toda prosecución es la antítesis de la demagogia populista. ¿Cómo decirle al pueblo que se va a seguir con lo bueno del gobierno antecesor? Eso contraría el mensaje de un populista que se precie de tal. Nadie puede erigirse en "salvador" si hay muchas cosas pasadas para rescatar y aprobar. ¡Ni hablar de políticas de Estado! Estas y el populismo se distancian por el mayor de los océanos.
El populismo riñe con la unión. La unidad lo mata. Por eso se empeña en azuzar las divisiones. Es el agente de todos los odios y de todas las pugnas.
El populismo nunca termina de educar al pueblo. Siempre lo consideró y considerará un menor de edad. A perpetuidad. Es así como lo puede tutelar de facto ya que ni siquiera se ocupa de pedir la intervención judicial para que lo designe tutor. En su profundización, el populismo está en la etapa de deseducar. El populismo es por naturaleza grandilocuente. Discursea inagotablemente.
El populismo rechaza de plano que la distribución federal de los impuestos que recoge la Nación sea automática. Algo así, determinado por la ley con claridad, certeza y seguridad jurídica, sería letal para otra de las peculiaridades del populismo, la discrecionalidad en el manejo del Estado.
El populismo es practicado por personajes atraídos por el capital para ellos, pero que lanzan proyectiles envenenados contra los empresarios, sobre todo los exitosos. Subsiste eso que señala Ortega y Gasset de "envidia al éxito". En lugar de asociarnos a la prosperidad, el populismo se empecina en confrontarla. El resultado es escandalosamente ruinoso: desparrama pobreza y necesidad, contrastando con un país lleno de bienes y oportunidades. El capitalismo no es el paraíso, pero la alternativa es penurias y pobreza aseguradas.
El populismo es el peor espantapájaros del paraje. Ahuyenta emprendedores, iniciativas, creatividades. Y, más dramático, margina a la buena política. Así, nos vamos quedando con la política residual, la que agudiza los males en vez de enmendarlos.
El populismo se encandila con la burocracia a la que engorda hasta la obesidad. Así, desfigura al Estado que de servidor deviene en un lastre para el país.
El populismo es antipopular. Desampara a los intereses básicos del pueblo, esto es vivir en paz, en unión, con educación y salud, con producción, con trabajo y con la vigencia imperial de la ley. Y con futuro, que no es menos importante.
El populismo pulveriza la posibilidad de tener una política exterior al servicio de los intereses nacionales porque trae esos vitales asuntos a la controversia doméstica. Agita las relaciones internacionales cual tema electoralista y así no hay vinculación externa que resista.
El populismo es el espejismo de lo popular. De lejos se le parece. De cerca todo se desvanece.
