Ahora que todas las barbaridades están consumadas y que pocos tienen dudas sobre que el régimen de Nicolás Maduro es una dictadura, vale preguntarse: ¿Qué hacer con Venezuela? o ¿qué más se puede hacer?


Las opciones son las habituales, golpe de Estado, intervención extranjera militar, expulsión de organismos internacionales, rompimiento de relaciones bilaterales y sanciones económicas financieras.

Esta dictadura daría lugar a todas las opciones. Pero para evitar efectos históricamente indeseados, sólo dos son posibles, urgentes y necesarias: Sanciones económicas financieras y aislamiento global.


El golpe de Estado está por ahora descartado desde que la cúpula militar, que confirmó su compromiso con la revolución. La invasión militar también queda anulada, pese a que a Panamá y a Granada las intervino Estados Unidos por mucho menos narcotráfico y alineación política de la que se observa hoy en Venezuela. Sucede que la política exterior estadounidense, después del 2001, se enfoca más en medidas económicas para torcer destinos.


Tampoco por severas, las sanciones son eficientes. El embargo comercial a Cuba que inició John Kennedy en 1962 y que siguió con relajamiento Barack Obama, no hicieron tanta mella en sus destinatarios, los Castro, como en el pueblo cubano.


Romper lazos no es fácil, pero posible. El camino lo empezó Luis Almagro en la OEA, quien llamó varias veces a los cancilleres para que se aplique la Carta Democrática, pero con la desventaja de que Venezuela compra votos a cambio de petróleo subsidiado. El consenso que faltó en la OEA por suerte se alcanzó en el Mercosur para expulsar a Venezuela, donde nunca debió ser admitida como reclamaba Paraguay.


América Latina toda se debe sumar, así como lo hará la Unión Europea, una vez que las decisiones de la Asamblea Constituyente, ya conformada con Delcy Rodríguez a la cabeza, continúen empoderando al circo chavista.


Se necesita concertar una ofensiva multilateral en la ONU, pese a que en el Consejo de Seguridad, China y Rusia, dos de los miembros permanentes, vetarán cualquier sanción contra el régimen al que económica y políticamente apoyan.


No por ello la Unión Europea, países asiáticos democráticos y los americanos, deberían cruzarse de brazos. Un aislamiento global se anima como la opción más eficiente para expulsar a la dictadura y desencadenar la restitución democrática. El pueblo venezolano sobrevivirá con la esperanza de que el fin es irreversible. Y si la justicia local sigue secuestrada, el aislamiento permitirá que los tribunales internacionales persigan a los responsables.