.. .'Miro por la ventana imperturbable y por la calle casi todo es ausencia...".


Por la imperturbable ventana veo que por la calle nadie pasa; hasta que una jovencita escondida tras un tapa bocas, temerosa se cruza de vereda porque se acerca un perro flaco y apenado que este malón de soledades ha desparramado en las calles de mi barrio. No sabe la niña que el animalito sólo está preocupado por su desamparo y el hambre que el vecindario mitiga sin mucha regularidad. 


Va rodando en sombras este miércoles de nada. Se ha encendido el pálido farol que da a mi casa, como para decir "con luz mortecina", como pinta el tango, que la toldería de una nueva noche viene a desenfundar lanzas y rincones negros. 


El gatito al que le falta una patita mira derramarse el día desde el dintel de la ventana de su casa y por fin se decide a cruzar la calle vigilado por mi terror a que venga un auto y le sorprenda la vida; pero él se las arregla mejor que lo que suponía, casi ni delata renguera alguna; se ha conformado con su destino, se ha acostumbrado a trajinar las cosas con una enorme pérdida que disimula dignamente, como a muchos humanos les suele ocurrir, y sin embargo siguen, cruzan calles, doblan esquinas de melancolía y continúan mirando de frente al mundo que les ha sido regalado para honrarlo con el amor y la buena lucha. Para eso estamos -contestaría-; para qué tenemos esta luz de energía que nos despierta todos los días al pie del mundo, si por ahí alguien formula esa extraña como rimbombante indagación sobre cual es el misterio que da sentido a nuestras vidas, para qué estamos acá. No me interesa preguntarlo, sólo agradecer la vida y ser reconocido con ella y con quien nos la dio. 


Una camioneta de rojo desteñido, que más se parece a la vieja chata de aquel verdulero, Don Salinas, que a si misma, aquel laburante que honraba el barrio y su esfuerzo con la militancia de su sublime trabajo, quiere salir en los afanes de su dueño, pero no, al burro de arranque carraspea pasadas alegrías, se calla y vuelve a entonar su himno de fracasos como si nada, hasta que dos muchachos que vienen trotando para sentirse vivos y pelearle duro a la cuarentena, le empujan el enorme monstruo, que por fin se digna mover sus agotados pies redondos con colaboración de sus propios huesos heridos y se va lentamente hasta una barriada pobre. 


¡Si al menos garuara en un San Juan peleado a muerte con las lluvias, otro cuento sería éste que se ha acomodado al ocaso en las rodillas del abatimiento! 


Miro por la ventana imperturbable y por la calle casi todo es ausencia. Un sabio psiquiatra decía día ayer en un programa difundido por el despiadado como irresponsable azote de la televisión capitalina que la insistente proclamación (enfermiza, quiso decir) de contagios, muertes, desesperanza y la negación del fin de un camino que tiene término, colocan a la pobre gente en una calleja de abandonos que hace cada vez más difícil la recuperación de los bienes y honras perdidas, porque el desanimado, el deprimido se esconde, no actúa, se inmoviliza y puede morir de tristeza. 

Por el Dr. Raúl de la Torre
Abogado, escritor, compositor, intérprete.