Necesitamos poner más amor en todo lo que hacemos, para vencer el aislamiento, uniendo vínculos y reconstruyendo presencias como familia humana.


Los moradores de este mundo tenemos que activar otros territorios más armónicos, basados en la confianza entre nosotros, con unos liderazgos que activen los acuerdos y el encuentro entre sí, para conseguir el triunfo de la concordia. La cuestión radica en ser instrumentos de conciliación, sembrando clemencia donde cohabite la intransigencia y poniendo auténtico amor en cada paso que ofrecemos. Nada se resiste al hálito cooperante del abrazo.


Precisamente, allá por el año 2018, el Secretario General de las Naciones Unidas, António Guterres, reivindicó un orbe con menos sombras y, para esclarecerlo, puso un futuro esperanzador con una agenda para el desarme, esperando construir de este modo, un nuevo liderazgo sustentado en el enfoque humanitario. 


Desde luego, las tensiones siempre se resuelven mejor de un modo dialogante y con negociaciones serias, en lugar de batallar con artefactos. Para comenzar, deberíamos destronarlos todos de nuestra mirada, si en verdad queremos avivar esa cercanía, que sepa reconocer y garantizar las diferencias en la exploración de un horizonte pacífico. Hoy más que nunca, la tierra requiere de espacios crecidos en arboleda. Empujen los olmos en el alma y apáguense las armas. Somos humanos, no salvajes; con un corazón de poeta, no de piedra. Me niego a proseguir muriendo empedrado, vencido por la desesperación y enterrado por el odio. Sin embargo, me autorizo a vivir donándome, que es lo que en verdad injerta poesía en las entrañas.


Tenemos que salir de esta situación caníbal. El rencor dejado por esas fuerzas mortecinas que nos dividen como  jamás, están hallando un espacio productivo en un hábitat crecido de injusticias y en continuo trance de intereses. 


LA FALTA DE CONFIANZA

A poco que ahondemos en nuestra propia historia, observaremos que la causa de cada persecución es el resentimiento, la falta de entereza y confianza. Por otra parte, tenemos también que las mismas redes sociales suelen sobrealimentar los discursos de antipatía y enemistad, lo que genera un ambiente realmente terrorífico. Ojalá aprendiéramos a ser más constructivos. De igual forma desde las plataformas digitales, fomentaríamos una sapiencia de hermanamiento, que cuando menos nos ayudaría a mirar los diversos entornos con auténtica familiaridad. Indudablemente, sería un gran avance humanístico, avivar la mano tendida y superar ese sentimiento de hostilidad entre semejantes. 


Cualquier desconfianza debe inquietarnos, por principio es una señal de debilidad que nos paraliza interiormente y que termina por envenenar todo tipo de relaciones, comenzando por el diálogo entre análogos. La fuente de toda violencia, germina en todo caso, de ese desengaño sufrido.


Bajo este desolador panorama, se hace mucho más complicado encontrar ese camino de docilidad con el que muchos soñamos; ya que todo se basa en el poder, para apoderarse del más débil.


Lo importante es no dormirse, estar despiertos y vigilantes, no ceder a la pereza interior, y ser responsables de nuestros movimientos, que han de promover en todo instante el entendimiento y la buena disposición en el hacer de vivir unidos, como una sola humanidad.

Por Víctor Corcoba Herrero
Escritor