Dijo Jesús a sus apóstoles: “El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. El que no toma su cruz y me sigue no es digno de mí” (Mt 10,37-42)

Las palabras de Jesús son fuertes y peligrosas si no se entienden en su verdadero sentido, pero cuando se las comprende en su plena dimensión, son bellísimas.  Parecen una crucifixión, y son en cambio una resurrección del corazón.  Parten la caparazón para encontrar dentro la perla preciosa. Dónde se encuentra el centro de estas frases evangélicas? Quedamos sorprendidos cuando se nos dice que si no lo amamos a Jesús mas que a nuestros padres o a la esposa, a los hijos, hermanos y hermanas y hasta su propia vida, no puede ser su discípulo. Casi como si fuera una competencia entre amores.  Pero el corazón del mensaje no esta allí, en una serie de “no” dichos a las realidades bellas y fuertes de la vida, sino un “si” rotundo y claro a aquello que Dios y solo él puede dar.  El acento de las frases no es sobre la renuncia, sino sobre la conquista; no sobre el punto de partida sino sobre la meta: ser de Dios y vivir como Cristo.

“El que no carga su cruz y me sigue, no es digno de mí” .  “Cargar la cruz” no significa “soportar” las dificultades y los sufrimientos de la vida.  Jesús no invita a la resignación, como hacían los filósofos de su tiempo.  No un “soportar” pasivo, sino un “cargar” activo. Una vez me decía un fraile que, no somos nosotros los que llevamos la cruz, sino que es ella la que nos lleva. Quería decir que frente a todo lo que la vida nos propone, no hay que sufrir pasivamente, sino afrontarlo corajudamente, con confianza.  Entonces así, la cruz se convierte en una ocasión de crecimiento, porque Dios no te salva de la cruz sino en la cruz, no te protege del dolor sino en el dolor, no de las tempestades de la vida sino en medio de ellas. Decía San Pio de Pietrelcina: “Jesús nunca está sin la cruz, pero la cruz no lo está nunca sin Jesús. Casi todos vienen a mí para que les alivie la cruz. Son muy pocos los que se me acercan para que les enseñe a llevarla”.  Habrá que aprender entonces que una cruz abrasada siempre es menos pesada.

Greisbeim, teniente del ejercito alemán, fue descubierto en Biesch cuando exploraba el terreno.  Los rusos mataron el caballo que montaba, y él logró huir por los campos cubiertos de nieve, hasta que se refugió en una casa desierta.  Se hallaba completamente solo frente  a los rusos, y aceptó no obstante, la lucha desigual.  Cuando ya sangraba por dos heridas mortales los rusos entraron en la casa, y  el oficial que mandaba la fuerza, movido a compasión, preguntó al moribundo: “Por qué no te has rendido viendo nuestra fuerza tan superior? El moribundo enseñó con un gesto la condecoración que llevaba en el pecho, y dijo: “El que lleva este distintivo, no puede rendirse jamás”.  Llevaba sobre el pecho la Cruz de hierro.

La Cruz es el mensaje que Dios ha querido dar ante la violencia del mundo.  Hemos escuchado tantas veces decir que las cruces tienen que desaparecer de los lugares públicos, cuando en verdad, deben permanecer en ellos. El Tribunal de Estrasburgo o Corte Europea de los Derechos Humanos, declaró el 18 de marzo de 2011, con 15 votos a favor y 2 en contra, que los Crucifijos en las aulas no constituye “una violación de los derechos de los padres a educar a sus hijos según sus convicciones”, y de la “libertad de religión de los alumnos”, ya que “no subsisten elementos que puedan probar que el crucifijo influye eventualmente en los alumnos”.  De ese modo, la Gran Cámara del Tribunal Europeo de Derechos Humanos ha rectificado su sentencia de noviembre de 2009, en la que se opuso a la presencia de crucifijos en las escuelas publicas italianas.  Según la sentencia, “un crucifijo colgado de una pared es un símbolo, cuya influencia sobre los alumnos no puede ser comparada a un discurso didáctico o a la participación en actividades religiosas”.  Añade el texto que la presencia de crucifijos no está asociada a la enseñanza obligatoria del cristianismo, y “nada indica que las autoridades se muestren intolerantes hacia los alumnos de otras religiones, no creyentes, o de otras convicciones filosóficas”. La sentencia señala que Italia “da a la religión mayoritaria del país una visibilidad preponderante en el ámbito escolar”, pero no supone un acto de adoctrinamiento.  Soile Lautsi, una ciudadana italiana residente en una localidad cercana a Venecia, presentó su demanda en Estrasburgo el 27 de julio de 2006, en la que se quejaba de la presencia de crucifijos en las aulas del instituto público en el que estudiaban sus dos hijos.  La defensa de la demandante argumentó que la presencia de los crucifijos en las escuelas publicas italianas suponía “la tiranía de la mayoría que no protege a las minorías”.  Pero exponer el crucifijo es la expresión de la identidad cultural y religiosa de los países de tradición cristiana”.  Esta sentencia ha sido el reconocimiento de que la “cultura de los derechos humanos” no debe ir contra los fundamentos religiosos de la civilización europea a la que el cristianismo ha dado una contribución esencial. En enero de 2013, también dio un fallo el Tribunal Europeo de derechos Humanos de Estrasburgo, a favor de una azafata de British Airways, a quien la línea aérea le había prohibido exhibir un crucifijo que llevaba colgado en su cuello.  El libro “El secreto de Lucas”, es un texto de Ignazio Silone, que es el pseudónimo de Secondo Tranquilli, escritor italiano que vivió entre 1901 y 1978, miembro fundador del Partido Comunista Italiano.  Alli describe cómo el hijo de Lucas, durante el interrogatorio en un proceso, miraba fijo a la pared, a un crucifijo ubicado encima de la cabeza del Presidente del Tribunal.  “Que estas mirando”, le dijo el Presidente”.  “A Jesús en la cruz”, le contestó Lucas.  “No está permitido”, dijo el juez. “Tiene que mirar a la cara a quien le está hablando”, advirtió.  Y Lucas replicó: “Perdón, pero también él me habla.  Porque no lo hacen callar?”.  Jesús está allí mudo y silencioso.  Es signo del dolor humano y de la soledad de la muerte. Es un signo de amor frente a la prepotencia del poder.  Contemplar el crucifijo no es un ejercicio de masoquismo, sino un dialogo con la humanidad que sufre y con el amor que salva.  

Finalmente, en el evangelio de hoy Jesús indica que el cristiano debe aprender a renunciar si es que lo quiere seguir.  Él no quiere algo, sino que lo desea todo.  Pero el cristiano no es el hijo de una sustracción sino de una adición.  De un plus.  Te pide todo pero no te niega nada. Decía San Agustin que “enamorarse de Dios es la mas grande historia de amor; buscarlo es la mas grande aventura, y encontrarlo la mas grande conquista humana”.