Wilma Rudolph, una atleta que nunca se dio por vencida, pese a haber nacido en una familia muy pobre.


Que el running es sinónimo de superación, muchos ya lo saben. Que el mundo del atletismo nos lleva a lograr retos que nos parecían imposibles, quizás lo hayan experimentado. Pero, en ocasiones, nos encontramos con figuras que escenifican mejor que nadie esta gran y constructiva lucha. Es el caso de Wilma Rudolph, una mujer que nunca se dio por vencida a pesar de que la vida le daba un golpe tras otro, y que encontró en las carreras su mejor aliado para crecer, seguir adelante y triunfar.


Rudolph nació en Clarcksville (Estados Unidos), un 23 de junio de 1940. Lo hizo en el seno de una familia numerosa y carenciada. De hecho, ella fue la hija número 20 de sus padres, que finalmente tuvieron 22 vástagos. Su padre era un mozo de estación, y su madre, una sirvienta, con lo que no era precisamente una familia con capacidad económica para mantener a tantos niños. Además, todos eran de raza negra, con las consabidas dificultades y discriminaciones que sufrían en la época.


Al nacer, pesó tan solo dos kilos, ya que fue prematura. De hecho, a su madre no le atendieron en el hospital de su localidad, ya que los ingresos estaban reservados para blancos. Para ella fue una auténtica suerte poder salir adelante en aquellas condiciones. Quizás por ser prematura, fue una niña débil que padeció muchas enfermedades. A los cuatro años Wilma contrajo el virus de la polio, lo que lo provocó una parálisis parcial de su cuerpo. A partir de ese momento, sus piernas se vieron afectadas. En aquel instante nadie hubiera podido imaginar lo que unos años después sería capaz de hacer. Wilma creció con un aparato ortopédico en su pierna izquierda, que se le había quedado torcida y le impedía caminar con normalidad. Estuvo así hasta los nueve años, edad en la que consiguieron revertir la situación. Aún así, tuvo que llevar zapatos ortopédicos durante un par de años más. Los viajes al hospital se convirtieron en una constante y, por si fuera poco, a los doce años sobrevivió a brotes de poliomelitis y escarlatina. Una luchadora.


La perseverancia, tenacidad y el duro trabajo comenzaban a dar sus frutos. Ella nunca se dio por vencida y siempre trató de conseguir sacar el mejor potencial de sí misma. Así que, cuando estaba en la escuela secundaria y había superado sus problemas de movilidad, decidió jugar al baloncesto. Fue en ese momento cuando un entrenador la vio y decidió hacerle una prueba para el equipo de atletismo. Wilma maravilló desde el primer minuto. Tenía un don natural. Era una elegida.


En solo un par de años superó las pruebas locales y estatales. Entonces consiguió meterse en los clasificatorios para los Juegos Olímpicos de Melbourne 1956. Y sí, también consiguió la plaza para ir a esos juegos en el equipo de relevos 4x100. Tras esa competición volvió a casa y, con tan sólo 16 años, ya tenía su primera medalla olímpica: de bronce.


Wilma era un portento, sólo era cuestión de tiempo que consiguiera más medallas. En concreto, fue cuestión de cuatro años, hasta que llegaron los siguientes juegos olímpicos, los de Roma 1960.


Allí rompió los esquemas e hizo historia. En una calurosa tarde de 43 grados, Wilma se hizo con la medalla de oro en los 100 metros, corriendo en 11 segundos, aunque el tiempo no pudo ser acreditado como récord mundial a causa del viento. Pero no se quedó ahí, también ganó la medalla de oro en los 200 metros en 23,2 segundos, consiguiendo batir el récord olímpico. Por si fuera poco, unas jornadas después, compitió en el relevo de 4x100, donde también se hizo con el primer puesto. Tres medallas de oro en los mismos juegos. Fueron, además, los primeros juegos que se retransmitieron por televisión, y ella se había convertido en la heroína de la nación.


Al regresar a su casa, le habían preparado un desfile. Fue la culminación de una historia que nadie hubiera podido adivinar que sucedería. La de una lucha, de no darse por vencida.


Wilma Rudolph también fue precoz a la hora de retirarse de la competición. Lo haría a los 22 años. Muy joven. A partir de ahí trató de seguir siempre ligada al deporte, que tanta vida le había dado. Falleció en 1994, tras un cáncer cerebral. Hoy, sigue inspirando a quienes leen estas líneas.

Informe de Luis Miguel
del Baño
- Periodista