Destrucción total y miedo ante la fuerza de la naturaleza que desató el terremoto del 23 de noviembre de 1977 en Caucete.

El 23 de noviembre de 1977 a las 6,23 horas la Ciudad de Caucete despertó con la peor pesadilla que jamás se pudiera imaginar: con una magnitud de 7.4 grados, intensidad IX en la escala Mercalli y con una profundidad de apenas 13 kilómetros, un terremoto acabó con la vida que conocíamos hasta ese momento.


"Vivíamos con mi familia en la calle San Martín, donde todas las casas estaban construidas de adobe al igual que las casas del 90% de los cauceteros. 

Momentos de terror


Fue terrible. Recuerdo que desperté por un ruido ensordecedor, como de diez trenes pasando simultáneamente por la vereda. Inmediatamente después de abrir los ojos, sin pensar en lo que estaba ocurriendo, me incorporé de un salto y corrí hacia la puerta que daba a una pequeña galería. 


Allí, de alguna manera, nos reunimos los cinco integrantes de mi familia y de alguna manera también atravesamos el patio de tierra y cruzamos la reja hacia la calle. A esta altura corríamos por instinto, porque la tierra nos envolvía y no podíamos ver más allá de nuestros pies descalzos. Todos abrazados y rezando, creo que a unos siete metros de la casa, nos movíamos al son de esa furia que quería separarnos y engullirnos. No hay otra imagen más dolorosa que me recuerde aquel día que la de los pies y la tierra. Pies y tierra y el ruido de trenes. 


No sé cuánto duró, (mucho después sabríamos que alrededor de veinte segundos) pero parecía interminable. Cuando "por fin todo se detuvo comenzó a golpearnos la realidad. La tierra aún nos envolvía, pero pude ver con mis ojos de niña los rostros sucios y aterrados de mis padres que todavía nos sujetaban con fuerza y a oír a nuestro alrededor llantos y lamentos que parecían dolorosas canciones". 


Las consecuencias

"De a poco se fue disipando esa nube y la primera imagen que tuve de mi casa fue: ¡Nada! No estaban ya los postigos verdes de las ventanas, ni el jardín que mi madre cuidaba con tanto esmero. No existía el patio donde jugaba a la rayuela en las siestas de verano ni la fresca galería donde solíamos almorzar. No estaban tampoco las casas de nuestros vecinos: todo era una masa retorcida de escombros, desolación y muerte que se extendía más allá de mis ojos.


Poco a poco fueron apareciendo de entre los restos de adobes y palos como fantasmas en una procesión silenciosa otros rostros tan sucios y aterrados como los nuestros.


Fueron días de llantos e incertidumbre en los que soportamos 142 réplicas de mayor o menor intensidad, pero también de solidaridad y empatía".

El sismo marcó un antes y un después en la vida de cada caucetero. Muchos eligieron irse. Pero los que se quedaron, nunca abandonaron la fe. Hoy nos sentimos orgullosos de este Caucete que brilla con luz propia.

El balance 

El terremoto causó 65 víctimas fatales (aunque autoridades locales estiman actualmente que hubo unas 125 víctimas además de 300 heridos), destruyó casas y edificios en toda la región aunque los daños totales fueron en las construcciones de adobe. Se produjeron fenómenos de licuefacción de suelo, al Este del Valle del Tulum y Valle del río Bermejo. Se originaron cráteres y volcanes de arena, derrames laterales y violentas salidas de agua de hasta tres metros de altura de las acequias y canales de riego. La red vial fue enormemente afectada por grietas de hasta dos metros de ancho y las calles internas de Caucete quedaron cubiertas de escombros por lo tanto intransitables. La ciudad quedó sin agua, sin energía eléctrica y aislada del mundo.



El renacer

Han pasado 44 años de aquella tragedia. Y, aunque los recuerdos no se han borrado y el temor a los sismos es una constante en los que vivimos aquel fatídico día, sabemos que con la nueva forma de construcción exigida estamos seguros. Aunque a veces se añora aquella tranquilidad pueblerina, nuestro Caucete se ha levantado y modernizado en infraestructura comercial, edilicia y de transporte, lo que la convierte en la segunda ciudad más importante de la provincia después del Gran San Juan


Desde luego que esta experiencia marcó un antes y un después en la vida de cada caucetero y aunque muchos eligieron irse, los que nos quedamos nunca abandonamos la fe y las ganas de superarlo y superarnos. Hoy nos sentimos orgullosos de este Caucete que brilla con luz propia.