Lo seguían grandes multitudes que llegaban de Galilea, de la Decápolis, de Jerusalén, de Judea y de la Transjordania. Al ver a la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó y sus discípulos se acercaron a él. Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo: "Felices los que tienen el alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos. Felices los afligidos, porque serán consolados. Felices los mansos, porque recibirán la tierra en herencia. Felices los que tiene hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia. Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios. Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios. Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos. Felices ustedes cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí. Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron" (Mt 4,25-5,12).

Hoy la Iglesia celebra la Solemnidad de Todos los Santos. La veneración a los santos se inicia ya en la Iglesia primitiva. Muy pronto surge la costumbre de celebrar la Eucaristía sobre el sepulcro de los mártires, algo que pervive hasta nuestros tiempos, ya que en todo altar debe haber un "ara" con reliquias de santos. Y esa devoción ha acompañado a la tradición cristiana, con sus valores y también con el riesgo de ciertas deformaciones. En ese contexto la Iglesia introduce la fiesta de hoy, dedicada primero a los mártires y, desde el siglo XI, a todos los que, sean o no mártires, la Iglesia ha considerado ejemplos de vida cristiana. Las oraciones y el prefacio de la Misa de hoy nos proporcionan el significado que la liturgia quiere dar a esta fiesta. En primer lugar, se subraya el carácter de globalidad de esta solemnidad: es celebrar "en una misma fiesta los méritos de todos los santos", a una "multitud de intercesores". Enseguida se alude a nuestra común humanidad ya que habla de "los santos nuestros hermanos", algo que empalma con el estímulo que significa para nosotros, el saber que personas de carne y hueso han vivido en serio el cristianismo y, por tanto, "en ellos encontramos ejemplo y ayuda para nuestra debilidad", al mismo tiempo que afirmamos que ellos están para "interceder por nuestra salvación". Finalmente, se nos pide realizar "nuestra santidad por la participación en la plenitud del amor de Dios".

El evangelio nos presenta en las bienaventuranzas la regla de la santidad y la escalera que hay que subir para llegar al cielo. Ellas no evocan cosas extraordinarias, sino realidades de todos los días; una trama de situaciones comunes: fatigas, esperanzas, lágrimas, que constituyen nuestro pan cotidiano. En ese elenco señalado por Jesús, nos encontramos todos: los pobres, los que lloran, los incomprendidos, aquellos de ojos puros, los que no cuentan para nada a los ojos impuros y ávidos del mundo, pero que son capaces de posar una caricia en el fondo del alma. Las bienaventuranzas constituyen nueve aspectos del autorretrato de Cristo y del rostro del hombre. En estos tiempos donde la violencia aumenta y la intolerancia sobresale, hay una bienaventuranza que debiera hacernos meditar: ¡Felices los mansos porque poseerán la tierra! Para descubrir quiénes son los mansos proclamados felices por Jesús, es útil pasar revista brevemente a los términos con que la palabra "mansos" (en griego "praeis") se plasma en las traducciones modernas. El italiano tiene dos: "miti" y "mansueti". Este último es también el término empleado en las traducciones españolas: "los mansos". En francés la palabra se traduce con "doux", literalmente "los dulces", aquellos que poseen la virtud de la dulzura. En alemán se alternan diversas traducciones. Lucero traducía el término con "Sanftmütigen", esto es, "mansos, dulces". En la traducción ecuménica de la Biblia, los mansos son aquellos que no ejercen ninguna violencia: "die keine Gewalt anwenden", por lo tanto, los no violentos. El inglés vincula habitualmente el griego "praeis" con "the gentle", introduciendo en la bienaventuranza el matiz de gentileza y cortesía.

La promesa ligada a la bienaventuranza de los mansos: "poseerán la tierra", se realiza en diversos planos, hasta la tierra definitiva que es la vida eterna, pero ciertamente uno de los planos es el humano: la tierra son los corazones de los hombres. Los mansos conquistan la confianza, atraen las almas. El santo por excelencia de la mansedumbre y de la dulzura, San Francisco de Sales, solía decir: "Sed lo más dulces que podáis y recordad que se atrapan más moscas con una gota de miel que con un barril de vinagre". Hoy la Iglesia y el mundo siguen necesitando santos; es decir, testimonios vivos del Evangelio escrito. De este modo el mundo tendrá más luz porque en él habrá más testigos de la Luz.