Hablar de la palabra en sí, como terminología de lengua, es asunto concurrente porque configura estructuración (ordenamiento) de la pura expresión oral humana: Las palabras "son" el idioma, y el idioma "es" las palabras. Esto se puede enfocar ampliamente, pero aquí solo queremos hacer alusión a un simple bisílabo, común su uso en el hablar cotidiano: Nos referimos al vocablo "borde".

Si queremos explicar su significado, hemos de decir que es el "extremo" u "orilla" de algo, un "filo" o "límite" de una cosa, una "verificación" que delimita distintos espacios materiales; pero por igual, aquella voz entra en la dimensión que ocupan los lugares de procedencia inmaterial, tales la mente y el espíritu, espacios por donde transitan las disímiles amplitudes culturales del hombre.

Entonces, podemos aplicar el término "borde" en sentido que indica señalamiento, separación entre dos cosas aledañas, cuyo linde está para que se guarde respetuosa distancia viable entre ellas, considerando que el equilibrio entre las partes colindantes -relaciones humanas, aquí- debe contenerse y mantenerse en cualquier accionar del individuo.

Si los devenires de la humanidad se repiten cíclicamente -tal cual en la Naturaleza, a la que pertenecemos-, el período que estamos pasando es el de una reprobable etapa vulgarizadora, donde se soslayan y transgreden "bordes", atropellando las expresividades positivas que apuntalan y mantienen en alto a una sociedad sana y edificante.

Tomada como un caleidoscopio, la vida es un conjunto diverso y cambiante, difícil de desentrañar por sus permanentes y multiformes actitudes congruentes e incongruentes, las que presuponen dominio y estabilidad por una parte, y descontrol y desequilibrio, por la otra. Entre la "sensatez" y su opuesta la "insensatez", existen laterales extremos que se tocan en un marginal espacio -real, virtual, no percibido, o no tenido en cuenta- de frágiles "bordes", los que a veces son traspasados con la dañosa entrada de desveladas actitudes de disipación o tosquedad; vale decir, se adentra una crisis de integridad donde aparece una vulgaridad irrespetuosa, irresponsable y pensante, que corroe (turbando al buen gusto), limita opciones, trastoca rompiendo esquemas, y desde sus muy distintos orígenes en altas, medias y bajas esferas y/o estratos sociales (porque los abarca a todos) se nos pretende hacer creer que lo burdo, lo torpe, lo licencioso, lo grosero, lo sin moldes, lo sin tino, lo "desbordado" con intencionalidad, son puertas abiertas a un fácil esparcimiento del común de las gentes, toda vez que éstas nunca debieron entrar en la excesiva condescendencia de aceptar "cualquier cosa".

Es sabido que la relación con el prójimo debe tener un alcance de contención en su esmero, un "borde" al que llegan nuestros derechos cuando cotejan con los extraños. Si en este miramiento respetuoso se cuela -por ignorancia y bastedad- la irreverencia cuando alcanza cumbres de facilísimo, se factibiliza la vulneración de los espíritus desprevenidos -criterios lábiles- permeables a los "desbordes" de ordinariez a los que se les está llevando: inferencias en la relatividad de trato entre los diversos componentes de la sociedad.

Ante las agrestes zafiedades de los que vuelcan sus desatinos al caudal racional de la comunidad, es necesario parapetarse tras una precisa dureza -en actitud de hechos- para no dejar cundir esa indecorosidad antojadiza y expectante, pronta a quebrantar la tan necesaria vigencia de las buenas costumbres, tomadas como precepto de vida.