Jesús dijo: "Te alabo Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido. Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana" (Mt 11,25-30).


El viernes pasado celebramos la solemnidad del Corazón de Jesús. Por eso queremos meditar sobre este corazón que lo único que supo vivir fue el amor. Los evangelistas Mateo y Lucas (cf. Mt 11, 25-30 y Lc 10, 21-22) nos transmitieron una "joya" de la oración de Jesús, que se suele llamar "Himno de júbilo" o "Himno de júbilo mesiánico". Este pasaje es una de las páginas más intensas y profundas del evangelio. Se compone de tres partes: una oración "Te alabo Padre"; una declaración sobre él mismo "Todo me ha sido dado por mi Padre"; y una invitación "Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados". Jesús resalta a los humildes. ¿Qué significa "ser pequeños", sencillos? ¿Cuál es "la pequeñez" que abre al hombre a la intimidad filial con Dios y a aceptar su voluntad? ¿Cuál debe ser la actitud de fondo de nuestra oración? Miremos el "Sermón de la montaña", donde Jesús afirma: "Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios" (Mt 5, 8). Es la pureza del corazón la que permite reconocer el rostro de Dios en Jesucristo; es tener un corazón sencillo como el de los niños, sin la presunción de quien se cierra en sí mismo, pensando que no tiene necesidad de nadie, ni siquiera de Dios. 


Él hace una invitación: "Vengan a mí todos". Más aún: se trata de un imperativo característico del vocabulario de Mateo. Es un verbo de "sequela" (seguimiento) y expresa una invitación sin retrasos y alegre. En nuestro contexto, se trata de abandonar los otros maestros para apegarse al solo y verdadero Maestro. Mientras los antiguos sabios invitaban a seguir a la sabiduría y los rabinos a seguir la ley, Jesús invita a seguir a su Persona. Unir la promesa del "reposo" a la observancia de la Ley, es algo habitual en la Biblia.


Para Jesús, la "tranquilidad", el "alivio" significa una nueva experiencia de Dios. No hay excluidos, aunque si preferidos: los afligidos y los agobiados. El primer término evoca la imagen de un hombre que trabaja duro y siente que sus fuerzas se debilitan. El segundo describe al hombre que camina encorvado, abatido por un carga demasiado pesada. ¿Qué fatiga? ¿Qué peso? Algunos estudiosos de la Biblia han pensado simplemente a la fatiga de vivir. Jesús se dirigiría a todos aquellos que llevan una vida difícil y penosa. "Carguen sobre ustedes mi yugo". A quienes se encuentran bajo "un" yugo, Jesús opone "su" yugo. Los maestros de la época hablaban del yugo de la ley y de los mandamientos. Jesús dice simplemente "mi" yugo. Cargar el yugo de Jesús no significa cargar sobre sí una serie de preceptos, sino confiarse y entregarse a una Persona.


"Aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón". El verbo griego "aprender" (manthan?), del cual deriva el término "discípulo" (mathet?s), en el lenguaje evangélico, no significa solamente "cargar", sino "seguir", hacerse discípulo en pleno sentido de la palabra: una actitud que no toca sólo a la inteligencia, sino a la persona y a la vida. ¿Qué significa "manso" y "humilde"? Significa que Jesús no es un maestro arrogante, duro, autoritario, sino discreto y paciente. Las características de ese divino corazón son su mansedumbre y la humildad. Jesús es manso porque congrega y reconduce a la unidad. Su corazón es humilde porque sólo el amor sabe de humildad: de bajarse para entregarse y mostrar sin cesar, que la medida del amor verdadero es amar sin medida.


"Mi yugo es suave y mi carga ligera". Jesús puede decir que la ley es "ligera", por tres motivos. Ante todo, Jesús no ha abolido la ley, pero la ha llevado al centro que es la caridad. En segundo lugar, Jesús no hace preceder la ley sino la gracia. Esta es la fundamental novedad del yugo de Jesús. Él no pide menos que los otros maestros, pero pide algo distinto. Por último, hay una tercera razón: Jesús no es un maestro que enseña y después deja de lado al discípulo abandonándolo a su propia suerte. Jesús es el verdadero maestro en fuerza de una doble cualidad: conoce profundamente al Padre, y por lo tanto puede revelarlo. Comparte la situación de los pequeños, nuestra situación, y por eso puede comprenderla.

Por el Pbro. Dr. José Manuel Fernández