Las jornadas de estudio sobre el tema Roboética: personas, máquinas y salud, que tuvieron lugar el mes pasado en el Vaticano, ha puesto en discusión las distintas miradas sobre un tema hoy debatido, pero conocido un tanto superficialmente. Por iniciativa de la Pontificia Academia para la Vida, científicos, filósofos y teólogos de todo el mundo, han hablado de robótica y de inteligencia artificial, dividiéndose fundamentalmente en dos escuelas de pensamiento. Por un lado, los que pensamos que el robot es simplemente un utensilio, capaz de mejorar nuestro bienestar cotidiano. Por otro lado, aquellos que comienzan a pensar el robot como un medio para una relectura radical de la condición humana. 


Entre los expositores más encarnizados de esta postura, figura Hiroshi Ishiguru, director del Laboratorio di Robótica Inteligente de la Universidad de Osaka, que ha realizado un robot muy parecido al ser humano, y piensa que pasados algunos cientos de años se llegará a reproducir verdaderas y propias formas de vida inorgánicas. 


En síntesis, podemos decir que el robot, a diferencia de la inteligencia artificial, posee un cuerpo mecánico, dotado de una autonomía relativa, a diferencia por ejemplo de una computadora, que no se mueve. 


¿Por qué este momento histórico se empeña hoy en realizar los robots? Hay dos motivos fundamentales. El primero está ligado a una extensión utilitaria que ya existe, con la mecánica y la tecnología. El segundo es aquél según el cual el robot mismo puede ser un sistema y un modelo de interpretación de lo humano. Respecto de esto último, hay quienes piensan la posibilidad de producir robots autónomos dotados incluso de empatía y dignidad humana. Esto según nuestro parecer, sería una pérdida del sentido de realidad. No sólo se olvida la cuestión del principio formal de todo ser humano, el alma, creada por Dios para cada uno, sino también se olvida la cuestión de la corporeidad. El cuerpo no es un accesorio, pues la persona no se puede reducir sólo a su comportamiento o a sus funciones cognitivas. Por tanto, pensar equiparar la condición humana a una máquina que construimos, es una pérdida total de realismo. Un robot por eficaz y laborioso que sea, nunca sustituirá "lo humano'' de cada persona.


¿Puede ayudar un robot a nuestras necesidades? Ciertamente. Desde limpiar la piscina, a realizar tareas domésticas. Pero también, atender la limpieza de un rascacielos desde el exterior, a proteger a un policía de una agresión física. Y más, ayudar a un médico cirujano a realizar una intervención delicada. Todo esto es y será cada vez más tarea del robot. También está la tentación de colmar soledades existenciales con una máquina, en una época contemporánea signada por un fuerte individualismo. Por tanto, se da la tentación de buscar en un robot un compañero ideal, porque es "previsible'' y de última, se moverá según mi querer.


Un riesgo de la "inteligencia artificial'' es que, confiando en ella, terminaremos por perder nuestra capacidad natural: a fuerza de usar la calculadora, no sabremos cómo hacer cálculos mentales; a fuerza de usar un navegador satelital, no sabremos más leer un mapa.


Preocupa que el ingreso progresivo del robot no afecte la mano de obra humana. Se ha de manejar con cuidado este tema, para que el ambiente tecnológico, no deje fuera de la fiesta de la vida a tantísimas personas, capaces de aprender siempre y capacitarse.


Detrás de un robot, existe un programador sin el cual aquél no existiría. No es la ética del robot lo que debe ocuparnos sino la ética del programador. La mente humana es la clave y la que ha de mejorar siempre, porque la tecnología delimita también, un ambiente cultural. Y esto es lo que hemos de trabajar también.