Jesús dijo a sus discípulos: Les aseguro que si la justicia de ustedes no es superior a la de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos. Ustedes han oído que se dijo a los antepasados: No matarás, y el que mata, debe ser llevado ante el tribunal. Pero yo les digo que todo aquel que se irrita contra su hermano, merece ser condenado por un tribunal. Ustedes han oído que se dijo: No cometerás adulterio. Pero yo les digo: El que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón. Ustedes han oído también que se dijo a los antepasados: No jurarás falsamente, y cumplirás los juramentos hechos al Señor. Pero yo les digo que no juren de ningún modo. Cuando ustedes digan "si'', que sea sí, y cuando digan "no'', que sea no. Todo lo que se dice de más, viene del Maligno (Mt 5,20-37).

Algo sobresale en el evangelio de hoy: "Han oído que se dijo, pero yo les digo''. Jesús no anuncia una nueva moral más exigente y comprometida. La Buena Nueva con la que iniciamos la reflexión es una de las páginas más radicales del Evangelio, pero también la más humana, porque aquí encontramos la raíz de la vida buena. Es necesario curar el corazón para poder curar la vida. Se dijo: "No matarás, y el que mata debe ser llevado a un tribunal, pero yo les digo: el que se enoja o alimenta dentro de sí rabias y rencores, ya es un homicida''. El Maestro va a la raíz primera: a aquello que genera la muerte o la vida. Es lo que san Juan expresa en una afirmación extraordinaria: "Quien no ama a su hermano es un homicida'' (1 Jn 3,15). Es decir: quien no ama, mata. No amar a alguien es quitarle la vida. No amar es un lento morir. La ira es homicidio del corazón. Negando la fraternidad, mato mi identidad de hijo. El desprecio es la muerte interior. Siempre que consideramos a otro como adversario, es considerado inferior. Por eso es que las guerras siempre van precedidas por una campaña denigratoria del enemigo, como si no fuera una persona. Sólo así es posible matar al otro.

"Yo les digo: No juren. Que vuestro hablar sea sí o no''. Jesús prohíbe jurar porque manda no mentir. Diciendo la verdad siempre, ya no es necesario jurar. "Si miras una mujer deseándola, ya eres adúltero''. No dice: "si tú hombre, deseas una mujer; si tú mujer deseas a un hombre''. El deseo es un servidor indócil, pero importante. Dice: "Quien mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio en su corazón''. "Si tú miras sólo para desear''; si miras un cuerpo sólo para tu placer y poseer, entonces tú pecas contra su persona y eres un adúltero, en el sentido originario de adulterar, es decir, falsificar, ensuciar y empobrecer la persona del otro. Jamás puede ser aceptado que el otro sea reducido a un objeto. La persona es océano, abismo, cielo, profundidad. Por eso es que no valorando al otro se peca no tanto contra la ley sino contra la profundidad y la dignidad de la persona, que es ícono de Dios. Jesús invita a dar un salto de calidad: pasar de lo externo a lo interno, de la religión del hacer al ser, el retorno al corazón, que es allí donde nacen los grandes "por qué'' de las acciones.

Con demasiada facilidad hablamos de legalismo para referirnos a la delicadeza en la observancia minuciosa de los preceptos. Cuando se ama, hasta los menores deseos del amado se convierten en prioridades. Cuando se ama a Dios, ningún mandamiento suyo es pequeño o despreciable. Por eso el que cumple y enseña a cumplir hasta los menores detalles del plan de Dios, será grande en el reino de los cielos. Su conducta muestra mucho amor. Quien por el contrario se siente dispensado de observar el menor de los mandamientos, y enseña así a los demás, manifiesta tan poco amor al Padre que será sin duda de los menores en el reino. Si bien la observancia de los mandamientos y de las exigencias de la ley natural son indispensables para entrar al reino de Dios, Jesús declara expresamente que espera y exige de sus seguidores una justicia mayor que la de los escribas y fariseos. Los creyentes no estamos llamados a ser "como'' los demás, sino "mejores''. No hemos de hacer lo que "todos'' hacen, sino lo que "Dios'' quiere, aunque sean pocos los que lo hagan. Y para que esto no parezca petulancia, hay que recordar, con san Pablo en la segunda lectura de hoy, que el Señor otorga a los suyos una "sabiduría'' que no es "de este mundo'', sino "misteriosa y secreta''.