Siempre me llamó la atención la resistencia de nuestro pueblo. Esa connatural fortaleza que nos permite superar adversidades, adaptarnos y volver a empezar. Como si el relieve abrupto de las montañas y el cálido Zonda, hubiesen tallado en piedra el temple de sus habitantes. Pueblo fuerte pero dócil como lo fueron nuestras poblaciones originarias, los huarpes. Pueblo que sabe honrar la vida, porque reconoce que la vida en el desierto es un milagro.


Cuando el 13 de junio de 1562, Juan Jufré funda lo que llamó "San Juan de la Frontera", lo hizo en honor de su Santo Patrono "San Juan Bautista". Pienso que no pudimos tener patronazgo más representativo.


Juan el Bautista, el profeta del desierto, era un hombre duro y de gran resistencia, como lo son los pobladores de estas tierras. Apareció en el desierto, en Palestina, tierra febril y agitada, cuando corría el año 15 del Emperador romano Tiberio. Vestido con atuendos proporcionados por la misma naturaleza (un manto de pelo de camello y un cinturón de cuero en la cintura), fue la voz que clamó desde el desierto la llegada del Mesías. No se trata de un mito ni de un personaje ficticio. La Historia nos garantiza la verosimilitud del relato bíblico. Será Flavio Josefo (38 -100), escritor judío casi contemporáneo a Juan, quien en "Las antigüedades judías" hablará de la vida y muerte del Bautista en manos de Herodes.

"Cuando Juan Jufré funda lo que llamó 'San Juan de la Frontera', lo hizo en honor de su Santo Patrono 'San Juan Bautista', no pudimos tener patronazgo más representativo".

De apariencia rústica y gran fuerza interior, Juan el Bautista, definitivamente resume y representa lo que somos como pueblo. Su figura, de alguna manera recuerda al retamo que florece en medio del desierto, con increíble adaptación a ambientes de extrema aridez. Fuerte y resiliente como lo es esta especie arbórea declarada por la Legislatura provincial "flor de la provincia" (2005). Y al igual que el arbusto, con raíces arraigadas, en su caso nutridas en la fe de Israel que le permitió cumplir su misión, más allá de toda adversidad.


Juan el Bautista fue una potente voz que habló desde el desierto. Desierto donde Israel libró batallas decisivas. Moisés recibe en el desierto la ley divina; el pueblo aprende en el desierto a conocer a Dios, y no sin dificultad, a sortear todo tipo de obstáculos, sacrificando ídolos, y venciéndose a sí mismos. De allí que digo "desierto" y pienso en encuentro y superación. En las adversidades se templan los espíritus fuertes. Por eso la bella flor del retamo que pinta de amarillo paisajes inusitados, no sería tan luminosa sino hubiera desafiado y vencido la aridez del desierto.


Digo desierto y mi mente lo asocia a tierra propiciatoria para dar el mayor de los combates: con uno mismo. A veces pienso, con mucho de metáfora y analogía que el más árido de los desiertos que cruzamos, es la desolación de nuestra vida interior. ¿A cuántos ídolos con pies de barro deberemos renunciar para florecer como el amarillo retamo sanjuanino?


Con mucho respeto y cuidado me permito hablar de nuestra religiosidad, más allá de la fe de quien nos lee. Porque en algo hemos de coincidir: nuestro pueblo tiene una religiosidad que se entronca con su historia misma. Además del Patronazgo de San Juan El Bautista, basta una recorrida por los nombres de zonas y barrios de la provincia para entender nuestras raíces y devociones populares: Santa Lucía, Concepción, Trinidad; San José de Jáchal, San Agustín de Valle Fértil, San Roque y San Isidro (Jáchal), Villa Santa Rosa (Ullum y 25 de Mayo), Barrio Santa Teresita (Villa del Carril)) y Villa del Salvador (Angaco), entre tantos otros. Sin olvidar parajes religiosos cuyas devociones trascienden nuestros límites geográficos: La Difunta Correa, los santuarios de San Expedito y Ceferino Namuncurá y el paraje Caputo.


Esto somos: un pueblo fuerte y agradecido, que sabe mirar al cielo. Que todos los días desafía la adversidad y renace erguido. Y esto mucho tiene que ver con no haber olvidado nuestras raíces.

Por Miryan Andújar
Abogada, docente e investigadora
Instituto de Bioética de la UCCuyo