Siempre se pensó que la política es poder y fuerza. Pero la fuerza sino va unida a la inteligencia, se vuelve obsoleta. El conflicto, los escándalos, son los que hacen que el poder se diluya. Ello suele ocurrir cuando el ciudadano político está envuelto en una guerra de artilugios, más para defenderse de los ataques del enemigo, que en activar inteligencia. Y, la autoridad de aquellos que no detentan el poder, depende mucho del activar esta inteligencia, desnudando la arrogancia, con ideas nuevas. Es en este contexto, cuando se descuida a la persona, que es el centro de toda la vida parlamentaria o cuando lo de siempre se impone por doquier. No obstante, la persona fue durante muchos siglos desconocida, tratada peor que un animal en las sociedades antiguas. Con la llegada de las democracias empezó a tener derechos frente a aristocracias, salvo la deuda pendiente a comunidades originarias. Es decir, la historia misma atestigua como los regímenes totalitarios, obligaban a las personas a obrar contra conciencia. Y, siguiendo esta línea, muchos sistemas, hicieron tan serviles a las personas que nunca propagaron un humanismo de libertad. Incluso, hubo algunos populismos que los hicieron serviles, tan serviles, que sólo alimentaron incapacidad de valerse por sí solos. Y, en ello, también los liberalismos fueron tan libertarios al fin, que apenas admitieron otras leyes que las del mercado, vendiéndose al diablo para poder participar de dominio, aniquilando a los más débiles. Es decir, para redondear, ésta es la deuda de la democracia política: "El de respetar a la persona por lo que es''.

El problema crucial actual es el de ver cómo se puede subordinar más al hombre a la política.

¿Por qué es aceptado el discurso que estando como estamos vamos bien? Este fenómeno habla de los que sin poder, pero con inteligencia, la que activa verdadera autoridad y valentía, suelen ser hoy castigados desde la propia inteligencia. El problema crucial es el de ver como se puede subordinar más al hombre a la política, técnica, máquina e industria. Bienvenido sea el progreso, pero el conflicto de fondo resurge, cuando a ese progreso técnico, lo capitaliza un grupo cada vez más minoritario. Si se tiene una visión no humana, sólo se podrá cosechar prácticas inhumanas ¿Será por ello que la xenofobia, discriminación, racismo, sexismo, femicidio está resurgiendo? Actualmente, para salir de este pozo se necesitaría reencontrarnos con la naturaleza de la civilización humana en una civilización tecnológica. Y, para darle al ser y a la máquina, la equidad necesaria, se torna indispensable recuperar un plan, que no se hará con números, sino cambiando nosotros mismos. Para que cambiemos, el sálvense quien pueda, en un universo donde la globalización capitalista falló, y los muros empiezan a resurgir, resulta óptimo no temerle a la capacidad de progreso de otros. Este mundo es cruel cuando a aquel que tiene se le da más y más, pero al que no tiene, se le quita aún lo poco que tiene. ¿Será que el sentir inclusivo vendrá del resurgir de un nuevo humanismo recargado?


Al respecto, un humanismo esperanzador nos permitirá comprender la importancia que tiene la vida más allá del bolsillo, ideología o status. Hoy se ignora como encarar la realidad molesta, con la creación de una nueva realidad en la que haya menos molestias. Algo de ello nos quiso decir Gramsci (1891-1937), en Turín: "Han hecho cuanto se les da a hacer a los hombres de carne y hueso; quitémonos el sombrero ante su humillación, porque en ella hay algo más grande que se impone a los sinceros y a los honestos+.

Por Diego Romero  -  Periodista, filósofo y escritor