La esperada vacuna para contener la pandemia de coronavirus y los anuncios de la industria farmacéutica sobre desarrollos avanzados con eficacias teóricas, o en pruebas de laboratorio, han disparado especulaciones de todo tipo. Primero fueron geopolíticas en una carrera de anuncios con perfil ideológico, y luego desde la actividad privada incluyendo el aporte de universidades de gran prestigio, pero todo este escenario se plantea con comunicados sobre metas cuya efectividad no ha sido probada masivamente.


Los casos de las vacunas rusa y china están en la órbita de los comunicados oficiales de los respectivos gobiernos, un plano muy diferente de las especulaciones económicas que rodean a las farmacéuticas multinacionales de capital privado, con enormes ganancias sin que sus productos lleguen al mercado, y tampoco con la certeza de que las inmunizaciones contra el Covid-19 sean efectivas. Los casos de movimientos bursátiles así lo indican.


Las estadounidenses son claros ejemplos: Pfizer anunció que su vacuna tiene una eficacia superior al 90% y ese mismo día el principal ejecutivo de la compañía, Albert Bourla, ganó cinco millones de dólares vendiendo las acciones de la empresa que tenía. En mayo pasado varios ejecutivos de Moderna, también norteamericana, hicieron operaciones similares por unos 75 millones de dólares cuando se ponía en carrera tras el desarrollo de su vacuna.


También Gilead se convirtió en un laboratorio estrella a mediados de este año con el polémico Remdesivir, que supuestamente reduce el tratamiento hospitalario del Covid-19 y obtuvo acuerdos millonarios, hasta que la OMS reveló que ese medicamento no salva vidas ni atenúa el impacto del virus. Igual, la biotecnológica española Pharmamar que llegó a capitalizar más de 2.000 millones de euros con Aplidin, publicitado como potencialmente efectivo en el tratamiento del coronavirus, hasta que la Comisión Nacional del Mercado de Valores apremió a la firma para demostrar su eficacia.


Es lógico que una empresa invierta y tenga ganancias si el producto elaborado tiene éxito, pero también sobre parámetros éticos y de rentabilidad aceptable. En abril de 1955 un periodista de CBS le preguntó a Jonas Salk quién era el propietario de la patente de la vacuna contra la polio que azotaba al mundo. "No hay patente, el propietario es la gente ¿podrías patentar el Sol?", le respondió el científico.
Una anécdota que ilustra cómo cambió el negocio farmacéutico, para alegría de los movimientos antivacunas.