La crónica policial da cuenta de la variedad de hechos delictivos y la tendencia de estos de perpetrar golpes buscando determinados objetivos y las tácticas utilizadas por los maleantes. En esta sucesión de robos en sus diferentes variantes, ha llamado la atención de la opinión pública cómo familias de trabajadores han perdido cuantiosas cifras de dinero en efectivo que mantenían en sus viviendas o negocios, ya sea de ahorros, préstamos obtenidos para una compra, trabajos particulares, y hasta en las cajas chicas de comercios atacados. 


El sentido común aconseja que esos valores en efectivo deben estar depositados en entidades bancarias y utilizar el dinero, a medida que se lo necesita por diversas operaciones, mediante los mecanismos del sistema financiero, como transferencias, débitos automáticos o extracciones.


Sorprende que las víctimas no tomen estos recaudos en base a las experiencias vividas, como es el caso de una familia que hace dos años sufrió un violento atraco y ahora pierde $300.000 y cheques por $120.000 que guardaba en su casa de Santa Lucía. En Jáchal ocurrió otro tanto, donde sustrajeron $90.000 de un préstamo destinado a construir una vivienda familiar, y en Rawson una mujer perdió $115.000 y otros efectos de su negocio, todos hechos ocurridos esta semana. Contabilizar denuncias anteriores llevaría a cifras millonarias.


Son muchas las personas que han mostrado ciertas reticencias a la hora de depositar su dinero en los bancos, recordando al "corralito" por ejemplo. Pero sin duda existe mucha desinformación y más en tiempos inflacionarios porque el efectivo en el ropero no genera intereses, perdiendo poder adquisitivo. Ni hablar de un incendio en la vivienda, a menos que se disponga de una caja fuerte ignífuga y, más allá de los robos, poder justificar la procedencia lícita de las sumas atesoradas.


Por estos episodios casi a diario, es necesario que la población tome conciencia de la inconveniencia de guardar en la casa altas sumas de dinero, ya sean por ventas de bienes, negocios, trabajo y lo más dañino: los préstamos para un fin determinado que deben amortizarse en años. Precisamente las entidades financieras que los conceden, deben advertir a los tomadores de estos riesgos.