El joven Manuel Belgrano, un intelectual abogado y economista de ferviente vocación patriótica que no dudó un instante en abrazar las armas para defender los postulados de la Revolución de Mayo, era por demás respetuoso de las normas regidas por el Primer Triunvirato, sucesor de la Primera Junta, a la que se reportaba el 27 de febrero de 1812 en su carácter de Brigadier del Ejército desde la llamada Villa del Rosario con un escueto pero histórico mensaje: "En este momento, son las 6 y media de la tarde, estoy en mi guarnición. He dispuesto, para entusiasmar a las tropas y a los habitantes de la zona, enarbolar una bandera. Y no teniéndola, la mandé hacer celeste y blanca, conforme a los colores de la Escarapela. Espero que sea de la aprobación de vuestras excelencias".


El Triunvirato rechazó de plano esa iniciativa, pero Belgrano no se enteró por las precarias comunicaciones de la época y partió al Norte, donde celebró en Jujuy el 25 de mayo de 1810, enarbolando nuevamente la enseña bicolor, creyendo que no había objeción, pero esa actitud fue considerada como un desacato y recibió un severo llamado de atención. Sin embargo la bandera se oficializó de hecho en la batalla de Salta y más tarde fue juramento de obediencia en la Asamblea del año XIII y en 1816 presidió el Congreso de Tucumán, como símbolo de Independencia y soberanía.


La creación de la Bandera argentina, a pesar de su trascendencia histórica, fue un episodio casi anecdótico en la colosal trayectoria del patriota ejemplo de verdadero político, como soldado aunque no tuvo formación militar, y como hombre de bien, extremadamente sencillo y con ideales que plasmaron la organización nacional. Fue un precursor de la educación popular que Domingo F. Sarmiento ejecutaría años después y, como estratega proyectó la nación con el potencial de sus recursos a partir del desarrollo del campo con prioridad exportadora. "La agricultura es la madre fecunda que proporciona todas las materias primeras que dan movimiento a las artes y al comercio", precisó como periodista.


Belgrano detestaba toda forma de corrupción, sea en el ámbito público o privado, porque a su juicio la codicia de los funcionarios acelera la destrucción del Estado. Una visión de los tiempos que vendrían y separan claramente al hombre con vocación por la Patria, el estadista que deja todo por el bienestar general, muy diferente al político que persigue lugares de poder en beneficio propio o los usufructa para imponer una ideología sin importar consensos para hacer realidad el legado de los Hombres de Mayo. Manuel Belgrano, de familia rica, murió a los 50 años en la pobreza, pero su obra es inmortal.