El retorno a las aulas para sostener los programas educativos en todos los niveles de enseñanza, interrumpidos por el aislamiento impuesto por la pandemia, es un imperativo que debe llevar a decisiones políticas sin demoras, como lo vienen señalando los pedagogos y otros especialistas ya que las clases a distancia han sido un buen paliativo pero nunca podrán reemplazar a la presencialidad en la escuela.


No se explica cómo esta "nueva normalidad" avance flexibilizando todas las actividades sociales y productivas con diferentes modalidades frente a la crisis sanitaria, pero se sigan postergando las clases en las aulas, salvo contadas excepciones. En general las autoridades educativas ya dan por concluido el presente ciclo lectivo y apunten a febrero o marzo para reabrir las escuelas. Todo un despropósito si se tienen en cuenta la vuelta al turismo, el deporte y la recreación, con los cuidados de la salud.


Al alerta sobre el aprendizaje trunco se suma un reciente informe de la Oficina Regional para América latina y el Caribe de la Unicef, el fondo de las Naciones Unidas para la infancia. El organismo señala que a más de siete meses de la declaración de la pandemia de coronavirus alrededor de 137 millones de estudiantes han perdido un promedio de 174 días de aprendizaje y están en riesgo de perder todo el año escolar.


En relación con la situación argentina, se deben rescatar las últimas proyecciones de la Unesco, la organización para la educación, la ciencia y la cultura, con una evidencia relevada acerca de medio millón de chicas y chicos sin lograr sostener contacto con las escuelas y que hay cerca de 900.000 estudiantes con baja intensidad escolar y una alta probabilidad de interrumpir la escolaridad. Puntualiza los de mayor vulnerabilidad, sin conectividad para la enseñanza a distancia y en familias con bajos ingresos.


La representante en nuestro país de Unicef, Luisa Brumana, señala que es prioritario volver a las aulas de forma gradual, segura y planificada. El proceso debe estar basado en la evidencia relevada de las experiencias en curso y deber ser un proceso consensuado con todos los actores. "Necesitamos, juntos, continuar re-imaginando la educación, para que ningún niño y adolescente quede atrás", dice.


Ojalá estas palabras autorizadas las escuchen y compartan las dirigencias sindicales docentes, más dedicadas a la militancia partidaria que a la enseñanza.