"Interesantísima". Con esta palabra definió Magdalena Konopacki su vida junto a Alberto Bruzzone, con quien estuvo casada 30 años y desde hace 22 años es fiel custodio de la obra del artista nacido en San Juan, reconocido como uno de los pintores más influyentes del siglo XX. Hoy el Museo Provincial de Bellas Artes Franklin Rawson inaugura una retrospectiva de su obra, al cumplirse 110 años de su natalicio. 


"No reniego ni de un sólo día de mi vida", dice esta mujer orgullosa de sus 73 años que dedicó su vida al artista, primero como su modelo y colaboradora, y después a devolverle el brillo que su nombre había tenido. "Lo habían olvidado", dice en voz baja sobre la época en que Bruzzone estuvo en las listas negras de la dictadura militar.

Musa. En primer plano, Magdalena Konopacki, viuda de Bruzzone. En el cuadro, la Magdalena modelo y el pintor en acción. 

"Él era un pacifista, por eso su rebeldía con el colegio militar. Era un constitucionalista, defensor de los derechos humanos más puros, los que tienen que ver con la dignidad", explica. Magdalena recuerda aquella época como de "una agonía económica brava" y del inicio de una depresión de la que el artista no se recuperó.


"Cuando murió me encontré con un montón de obra, que por suerte había dejado de vender, y más de 7 mil documentos", cuenta sobre lo que fue la base del museo que montó en el taller de su marido en Mar del Plata. Porque sintió que todo eso debía ser compartido. "Por otra parte quería reubicarlo a él en el lugar que su pintura mereciera y a él como pensador, y hace 22 años estoy en esta tarea. Estar acá, en San Juan, sentir el respeto con que fue tratada la obra, desde la invitación, embalaje... me dan ganas de llorar , aunque yo no lloro" dice la mujer que además destaca que el Museo Nacional de Bellas Artes le pidió tres obras del pintor para su colección. "Es un objetivo cumplido. Ya me permito sentirme cansada", apunta. Magdalena es la cuarta esposa. "Siempre digo que fueron tres fracasos y un logro". Habla de las otras esposas sin rastros de celos, como si relatara la biografía de alguien ajeno a ella. Aunque sí de alguien que admira mucho. 


Inquieta, ávida de cultura, la joven Magdalena conoció al pintor a los 18, cuando visitó el taller de un ya reconocido Bruzzone. Recuerda el cuadro que le impactó más, un retrato que incluso está en la muestra del MPBA. "Cuando vi esa obra, entendí el color de la pintura argentina. Él tenía esa gama baja, con la reminiscencia sanjuanina de los rosas y los verdes, del color de la cáscara de la cebolla, de la uva, que me impactó muy fuerte, después lo entendí. Ella tenía 18 y él, 54. El flechazo fue instantáneo, dice. "Al principio fue muy complicado, porque yo siempre dije 'hombre casado no se mira'. Y así fue. Recién dos años después empezamos" relata hoy la mujer que con Bruzzone -como le dice, además- tuvo 7 hijos (uno murió chiquito), tres varones y cuatro chicas. "A veces fui madre y padre", afirma para referirse a la vida en Mar del Plata, donde crecieron sus hijos y el pintor pasaba largas horas encerrado en su taller. "Habiendo vivido y tenido familia con un pintor tan apasionado por la pintura de tan indudable vocación. Él pintaba por que lo necesitaba, aparte de eso podía ser feliz o no. Como padre la pintura estaba en primer término. Ahí entendí el celibato de los sacerdotes, tomando como sacerdote a todo aquel que es apasionado con su proyección. Pero la respuesta que hoy me dan sus hijos, que es el cariño enorme que tienen, el respeto como hombre y pintor me dice que de alguna manera que no entendí, fue buen padre".


El mayor desarrollo artístico del sanjuanino fue mientras estuvo en Buenos Aires, aun cuando "su corazón estaba en San Juan" dice Magdalena que detalla que para el pintor su provincia natal "estaba en lo más profundo de su afecto; el maravillarse frente a los árboles de tronco retorcido, los personajes sanjuaninos, las montañas, y a su familia más que a nada", cuenta. 


A Mar del Plata llegó como opción para crear un taller construido a medida, donde pudiera cumplir con los exigentes preceptos que practicaban sus maestros a la hora de pintar que incluso fijaba en qué ángulo debía entrar al luz a la habitación para no afectar la percepción del color. 


Y así como lo acompañó en sus éxitos, Magdalena también fue testigo del ocaso del pintor. 


Durante los años de plomo siguió pintando, aun cuando estaba proscripto, se dedicó a reinventar sus obras, "logró un Bruzzone auténtico, sin influencias más que de él mismo". Hay en su obra un periodo más oscuro, de "trazos en cruz, que significan enojo", dice.


"Yo siempre digo que Bruzzone murió de viejo", comparte, "pero en realidad -dice- a raíz de su gran depresión su cuerpo empezó a fallar. A los 78 años perdió la movilidad del brazo derecho y era tan fuerte su convicción, que entrenó el brazo izquierdo y él decía 'descubrí el trazo quebrado', recuperó esa supuesta torpeza con la que pintan los niños". 


Tenía momentos de gran lucidez, otros de no tanta. "Él en su mente seguía pintando". Finalmente murió a los 87 años en 1994. 


"Fue una vida mil veces elegible", dice Magdalena Konopacki, una luchadora. La guardiana del tesoro Bruzzone. 

El Dato
La muestra de Bruzzone y otras tres más inauguran hoy en el Museo Franklin Rawson a las 20,30. Hoy, entrada gratuita. 

Foto: Federico Levato