En acción. Claudio con las manos en la piel, en su estudio ubicado en el centro sanjuanino, donde trabaja junto a otros colegas. artistas. 

Hace muchos años, unos quince, trabaja en San Juan, su tierra de origen y elección, luego de haber recorrido distintos países del mundo. Y siete desde que ejerce de manera profesional. Pero no hace tanto que se escucha hablar de él como "El tatuador de los famosos'. Se llama Claudio Abadía y sonríe con modestia cada vez que alguien repara en su particular apodo. "Sí, así dicen', se ríe. Por su estudio ubicado en el centro han pasado muchas caras conocidas de San Juan -modelos, deportistas, políticos, empresarios, gente de medios-; y también puso su sello en modelos y deportistas cuando estuvo en Buenos Aires; pero prefiere omitir nombres y en cambio asegurar que atiende a todo el mundo por igual, sin distinciones, porque toda piel es como un lienzo en blanco y cada dibujo, una personal historia que contar. 


Abadía, nacido en el seno de una familia muy humilde, empezó a incursionar en el arte del "tattoo' siendo muy jovencito y de manera autodidacta. Su papá, que era letrista y pintaba en la fábrica de aviones Chincul -además de artesano puertas adentro de casa- debe haber tenido bastante que ver en su buen pulso para el dibujo, que también aprendió observando a sus hermanos mayores y que él mismo practicó de manera intuitiva desde que tenía uso de razón. 


"Dibujaba de la nada, sin darme cuenta. En la primaria, que por ese tiempo no había impresiones ni eso, yo hacía los murales para los actos del Día de la Bandera o de la Independencia, pintaba, escribía... Nadie me enseñó verdaderamente, pero sí me ponía a hacerlo', contó a DIARIO DE CUYO Claudio, a quien se le despertó el interés por el tatuaje siendo adolescente. 


"Me daba mucha curiosidad. Mi hermano me regaló una revista de tatuajes para mi cumpleaños. Pasó un par de días, caí en cama enfermo y ahí empecé a mirarla y me encantó', recordó. Por entonces Internet no era de uso extendido, así que las revistas eran su principal fuente de conocimiento. A los 17 años participó de su primera convención y en el 2003 compró algunos insumos en Buenos Aires y se largó. No tardó en descubrir que la mejor manera de aprender era codeándose con los que sabían. "Acá en San Juan no había mucho que me ayudara, conocía solo a un par de tatuadores viejos, pero no abrían las puertas fácilmente, así que vi que la manera más rápida era viajando y conociendo distintos estudios de afuera', relató Abadía, a quien los tatuajes lo llevaron a Alemania, España, Francia, Italia, Estados Unidos, Chile, Brasil, entre otros destinos (su Facebook da cuenta de eso), tanto para asistir a convenciones y seminarios, como para representar a San Juan, una vez instalado en el rubro. Y poco a poco se fue haciendo un estilo y un nombre. 


El primer tatuaje que plasmó fue en su propia piel, las iniciales de los nombres de sus hermanos. El segundo fue a su papá, un cara de dragón que él eligió. Y el primer "trabajito' fue para un amigo, que le pagó $10 por las iniciales de los nombres de su familia. "Era algo muy básico, pero ahí sí me puse muy nervioso, transpiraba mucho, pero quedó muy bien. Era en pigmento negro, porque había cambiado todos los colores para tener una máquina de tatuar, así que así estuve un año y medio solo con tinta negra. Después ya sí se fue extendiendo mi paleta de colores, hasta el día de hoy que tengo más de 65', precisó el joven, que reconoció que antes había muchos prejuicios con la gente tatuada e incluso con los tatuadores, pero que ahora es totalmente distinto; incluso el tatuador es considerado un artista y goza de reputación. "La televisión e Internet masificaron un montón todo esto, ver a tanta gente famosa tatuada... se fueron abriendo las mentes', señaló. 


Artista por naturaleza -además pinta cuadros en óleos y acrílicos; y este año comenzará a estudiar Artes Plásticas- asegura que lo que más le piden son nombres, frases, letras, fechas, escudos, símbolos. Pero lo que a él más le gusta es cuando va alguien con una idea y la deja en sus manos, para que pueda crear y representarla. Es ese proceso creativo, original, artístico -según subraya, la parte más importante del tatuaje y la que menos abunda en un universo saturado de modelos repetidos- lo que lo atrapa. 


Desde que ejerce de manera profesional, el papá de Narciso (7) y Catalina (4) calcula que unas 300 pieles por año pasan por sus manos puntillosas. Y a veces más, porque a menudo organiza cruzadas solidarias donde junto a un grupo de colegas y amigos que lo ayudan (porque no tiene movilidad para trasladarse) cambia, por ejemplo, un tatuaje por un juguete; y así ha llegado a hacer 48 por día. Los lugares alejados, "adonde no llega nadie' son su prioridad; y la última vez fue para Reyes Magos.

"Nunca pensé que iba a llegar adonde llegué y está buenísimo, pero no me subo a ninguna cima de nada'.


"Yo vengo de una familia muy numerosa, seis hermanos y mis padres. Siempre hemos sido muy pobres y en definitiva creo que sigo siendo igual, con la diferencia que tengo un poco más de recursos para una vida mejor. Recuerdo desde muy niño desayunar, almorzar y cenar mate cocido con sopaipilla, sé lo que son las necesidades. Cuando tenía 14, una de mis hermanas siempre me llevaba con ella a los grupos católicos de la iglesia e íbamos a ayudar a otra gente. Nosotros no teníamos nada, pero podíamos ayudar igual... Y esas son cosas que te marcan para toda la vida', valoró Abadía, para quien la mayor satisfacción es ver esas sonrisas cuando entrega un juguete o una taza de chocolate.


"Yo soy lo que soy nomás, trato de ser un tatuador artista, nunca pensé que iba a llegar adonde llegué y está buenísimo, pero no me subo a ninguna cima de nada. Es cierto que te van recomendando y que uno va teniendo más nivel, pero es ese nivel es lo que no hay que confundir con otra cosa. Lo único que me interesa es que mis hijos puedan ver que su papá fue alguien que dejó una marca. Y ser un gran artista'.

Foto: Daniel Arias