María Julia Gnecco es nieta de don Agustín V. Gnecco, iniciador de la colección que se transformó en museo provincial.


Terminaba la jornada y siempre, antes de irse, se detenía con la mirada en los retratos de su abuelo y de su padre, que desde los muros del Museo Provincial Agustín Gnecco parecen custodiar su legado. Era marzo y María Julia Gnecco no imaginaba que aquel día sería el último que cerraría esas puertas siendo directora de un museo adonde trabajó además durante 48 años ininterrumpidos. "Yo luché muchísimo para quedarme, porque hay muchas cosas que para mí quedaron pendientes, no se puede hacer todo, uno no logra hacer todo lo que se propone y porque además a mí me preocupa el museo, hay muchas cosas que faltan. Hubo muchas idas y vueltas" dice hoy la nieta del fundador del museo, a más de cuatro meses de su salida del cargo. Si bien ella estaba jubilada desde 2017, había acordado continuar como monotributista, pero este año en febrero, le anunciaron que designarían a Carlos Campodónico en su lugar y que ella seguiría ligada como una asesora, aunque por ahora, debido a la cuarentena y a que ella es persona de riesgo por su edad, no ha podido volver a la casona de General Paz y Rawson.


"El museo es mi segunda casa, a veces pasaba más horas ahí que en casa. Yo no me quiero apartar del museo" confiesa María Julia, que desde que murió su padre en 2003 cumplió funciones de directora sin tener el cargo administrativamente. Se jubiló como jefa de departamento. 


Habla de sí y de su familia como si hablara de personajes de una historia; sin embargo la emoción aflora por algunos segundos, su voz se quiebra en algún punto hablando de su padre, Anavadro Gnecco. Ese hombre "parco, de palabras justas y necesarias", como lo describe, que le transmitió la responsabilidad que ella siente por esa vasta colección (más de 100 mil piezas) atesorada por tres generaciones. La preocupación la llevó a fundar la Asociación de Amigos en el año 2000 y ese será su bastión para continuar. 

"El museo es parte de mi ser. Yo he visto a mi padre cómo se desvivió; yo viví esa preocupación, él me la transfirió".

"Uno siente que la vida es demasiado corta. Me hubiera gustado seguir, siento que hay muchas cosas que quedaron en el tintero, pero hoy y esta pandemia me ha servido para madurar muchas cosas y quiero seguir trabajando por el museo" dice esta "sanjuanina por elección", dice, porque nació durante una visita de sus padres a la provincia. El parto se adelantó y el destino quiso que naciera aquí, en pleno diciembre. 


La vida de Maria Julia estuvo marcada por los avatares que vivió el museo, porque desde que tiene uso de razón, su padre estaba ocupado en conseguir un edificio para ubicar la colección que formó su abuelo Agustín en el siglo XIX y que él mismo siguió incrementando. "Yo siempre estuve muy unida al tema del museo, me llamaba la atención, papá me contaba cosas... de alguna manera fui quedando en la mira como la heredera de un pasión, como digo yo algunas veces; él me fue transmitiendo eso" dice con entusiasmo María Julia, sentada en el living de su casa a donde recibe a DIARIO DE CUYO. 


Ella recuerda fechas, cuenta el derrotero de la colección desde que su abuelo llegó a San Juan en la misma época del ferrocarril con su colección de numismática, su visión, sus intentos por tener un lugar propio y cómo su padre luchó por concretar el sueño de Agustín Gnecco y por fin ver instalado este museo que fue y volvió a Buenos Aires un par de veces y que providencialmente "escapó" del terremoto del '44 porque lo habían llevado a Luján. Un museo itinerante a la fuerza, que los Gnecco cuidaron por encima de todo. Hay material como para un libro y de hecho Julia está haciendo una tesis doctoral sobre su abuelo. 


"A mí me cuesta mucho (dejar el museo), para qué lo voy a negar. Yo nací y viví con cosas del museo en casa. En Buenos Aires vivíamos en departamento así que había cajas hasta debajo de las camas, guardadas donde se pudiera. Lo escuché a mi padre toda la vida hablar del tema, siempre preocupado".


La joven María Julia estaba decidida a tener su título universitario en historia y como habían regresado a Buenos Aires con su madre tras la separación del matrimonio, comenzó sus estudios. Le faltaba la mitad cuando recibió el llamado de su padre. "Me dijo 'me van a dar un edificio, necesito tu ayuda, necesito que vengas ahora'" y ella se vino. Era 1972, ella tenía 22 años y su padre se apoyó en ella para montar la primer exhibición, que después de tres años de trabajo, inauguró en 1975 en un local de Rivadavia y Caseros. Se mudaron tres veces más hasta que a comienzos de los 80 se instaló en la esquina que ocupa aún hoy en General Paz y Av. Rawson. 

Dupla. María Julia con su padre Anavadro Gnecco. 


"Me convertí en empleada pública, como colaboradora de papá, en la categoría más baja. Él era muy riguroso conmigo, tenía que llegar primero para dar el ejemplo, no quería que tuviera privilegios" recuerda y cuenta que pese a que trabajaba muchas horas logró terminar la licenciatura en Historia en la UNSJ. Hizo carrera dentro de la universidad, dio clase en la cátedra de Historia Moderna, fue profesora en el Central Universitario y actualmente continúa siendo subdirectora del Instituto de Historia Regional. 


Su vida fue el museo y a esa vida sumó a César Fernández Herrera, con quien se casó en 1982. Tuvieron tres hijos, Agustín (en honor al abuelo, por supuesto), Valentina y Marisol, quienes se criaron compartiendo a su madre con el museo. "Salían de la escuela y se venían al museo. El abuelo decía 'deciles a esos chicos que se callen'. Ellos tienen esa vivencia, la mamá siempre pendiente y preocupada por el museo. Mis tres hijos son lo más maravilloso que me pasó en la vida" asegura y al revés de lo que hizo su padre con ella, María Julia intentó no influir en sus elecciones, sin embargo, Valentina sigue sus pasos y está haciendo una maestría en museología. 


"El museo es parte de mi ser. Yo he visto a mi padre cómo se desvivió, yo viví esa preocupación, me la transfirió más de lo que yo creía en su momento, la fui absorbiendo. Me acuerdo que una vez cuando no estaban muy definidas las cosas, él me decía, 'yo no sé qué pasará con este museo' y yo decía 'mi papá no me ve a mí'. Y ahora yo pienso lo mismo, ¿qué pasará?" dice y admite que le falta algo. "Yo sigo sintiendo aquellos objetos como propios, no en el sentido de que me los quiero apropiar, sino que siento que tengo que cuidarlos como si fueran míos". 


Se refiere con nostalgia a todo lo que no se pudo hacer por falta de presupuesto, recuerda con picardía cuando hizo enojar a su padre por organizar un desfile de vestidos antiguos (él decía que los trajes no durarían y ella estaba dispuesta a captar al público); sumó la colección de juguetes y también hizo hincapié en la educación, en que los alumnos de todos los niveles se apropiaran de esos salones y lo logró; y destaca que la catalogación aún no se ha terminado. 


"Agustín fue el creador, mi padre el continuador y yo la difusora, siento que me tocó esa misión, que tiene que ver con la época de la nueva museología, yo absorbí eso. Papá tenía mucho temor porque él había vivido con el museo a cuestas, como un caracol. Uno se siente un guardián tratando de proteger este museo" resume.