Bajo presión. A principios de 2000 bajo el gobierno de George W. Bush, miles de pandilleros maras con antecedentes, que crecieron en EEUU, fueron forzados a regresar a las calles de Centroamérica. Hoy Trump busca retomar ese plan.
Los tatuajes. Unas veces solo simples marcas de identificación con el grupo, otras la representación de crímenes cometidos, son emblema de las maras.


Se los conoce con un nombre de mujer, pero distan mucho de la calidez femenina. Las Maras, de ellas se trata, son pandillas de delincuentes nacidas al calor de la guerra civil que ensangrentó a El Salvador, se extendieron a naciones vecinas, recalaron en EEUU y hoy están más activas que nunca. A tal punto que el presidente salvadoreño, Salvador Sánchez Cerén, anunció el lanzamiento de una ‘guerra frontal‘ para combatirlos, y hasta su par estadounidense, Donald Trump, emitió un tuit contra ‘la malévola pandilla MS-13‘ (en referencia a la Mara Salvatrucha), asegurando que la ‘eliminarán rápidamente‘ de EEUU. 


En territorio estadounidense, las maras (abreviatura de marabunta, la hormiga carnívora que se caracteriza por andar en enormes grupos devorando todo lo comestible a su paso) se crearon en la década del ’80 en Los Ángeles, California, y fueron extendiéndose en casi todos los estados de la Unión.


El Salvador vivió una década de guerra civil que costó la vida a más de 75.000 personas. Y si bien en 1992 el gobierno y la guerrilla del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) firmaron un acuerdo de paz, éste no logró frenar el nacimiento de otro tipo de violencia que puede clasificarse en dos fases.


‘La primera fase de esta ola criminal posterior a la guerra involucró a exmilitares y excombatientes que se mantuvieron al margen de los acuerdos y crearon sus propias empresas dedicadas al robo de vehículos, secuestro y tráfico de personas‘, analiza ‘InSight Crime‘, una fundación dedicada al estudio del crimen organizado en América latina y el Caribe.


La segunda fase, según revela esta organización, se dio con la aparición de las pandillas callejeras, llamadas comúnmente ‘maras‘. ¿Dónde radica el eje del problema? En que las maras nacieron por la necesidad de los jóvenes de sobrevivir en Los Ángeles frente a grupos ya establecidos de mexicanos y afroamericanos, y en El Salvador con la cruda realidad de que en el crimen y la violencia encontraron el único espacio de participación que les dejaba la guerra, Pero con los años se fueron transformando en ‘estructuras organizadas que coaccionan, amenazan y asesinan para generar insignificantes salarios para sus miembros en pleno siglo XXI‘, según sostiene el Grupo Internacional de Crisis (ICG), una ONG dirigida a la resolución y prevención de conflictos armados internacionales.


En El Salvador hay dos pandillas principales: la Mara Salvatrucha 13 (MS13) y Barrio 18. La primera, a la que hizo referencia Trump, es la más poderosa: según datos oficiales, sólo en suelo estadounidense cuenta con alrededor de 10.000 miembros en 40 de los 50 estados, así como otros 20.000 repartidos en distintos países de Centroamérica. La segunda también se creó en Los Ángeles, pero ahora tiene su mayor poderío en El Salvador y los países vecinos. Y pese a su división en 2005 (Los Revolucionarios y Los Sureños), son acérrimos enemigos y libran su propia guerra contra la MS-13. 


En El Salvador manejan barrios completos y hasta influyen en las elecciones, ya que impulsan el apoyo a un determinado candidato o impiden hacer campaña por otros. Tal es su poderío, que semanas atrás fueron denunciados por vender armas de guerra como fusiles M-16 y AK-47 en un mercado popular de la ciudad capital de San Salvador. Y pese a que sus jefes están encarcelados, desde las prisiones de Ciudad Barrios y Chalatenango (los de MS-13) y Quezaltepeque y San Francisco Gotera (los de Barrio 18), siguen manejando buena parte del crimen organizado.


La preocupación, no sólo del gobierno salvadoreño sino también de los de Guatemala y Honduras, donde las Maras tienen gran dominio territorial, es muy grande y no existe hoy una línea de acción unificada para combatirlos. Eso dejó espacio para que estos pandilleros desarrollen una contra estrategia que apunta a victimizarse frente a un ‘Estado represor‘ y a buscar apoyos de organismos defensores de los Derechos Humanos, lo que increíblemente lograron a través del ICG. 


En un informe conocido este año, esa ONG sugiere a los tres países centroamericanos ‘eliminar las políticas extraordinarias‘ implementadas en las cárceles para los miembros de las maras y a EEUU quitarle a MS-13 la designación de ‘organización criminal transnacional‘.

En su sitio www.crisis group.org, el ICG dio a conocer el informe: ‘El salario del miedo: maras, violencia y extorsión en Centroamérica‘, donde también advierte que la situación podría agudizarse con las deportaciones de pandilleros que anunció el Trump. Sin embargo y fiel a su estilo, el presidente estadounidense endureció su posición y disparó contra Barack Obama, su antecesor demócrata, al afirmar que la ‘formación de nuevos grupos‘ de la MS-13 fue producto de las ‘débiles políticas contra la inmigración ilegal‘ de su antecesor.


El fiscal general de EEUU, Jeff Sessions, por su parte, relacionó el accionar de las pandillas en la costa oeste con la negativa de las ‘ciudades santuarios‘ de deportar a inmigrantes que hayan cometido un crimen, aludiendo a grandes ciudades gobernadas por demócratas como Chicago, Los Ángeles y Nueva York. 


El afianzamiento de estos grupos generó una violencia incontrolable en El Salvador, Honduras y Guatemala, por eso, conformarán una fuerza trinacional para combatirlas. El desafío no es menor: en el llamado Triángulo Norte (integrado por esos tres países), hay 54.000 pandilleros dispuestos a no resignar el negocio del crimen organizado que tan buenos réditos les da.