Billy Graham murió hoy en su casa de Carolina del Norte, tres meses después de haber cumplido 99 años. El más famoso de los predicadores evangelistas de Estados Unidos estaba aquejado de mal de Parkinson y cáncer de próstata y había cedido la conducción de la Asociación Evangélica que lleva su nombre a su hijo Franklin y cubre todo el país. 

El auge de la TV en la década del 50 fue lo que posibilitó la popularidad del carismático Graham, quien durante más de medio siglo recorrió 60 países y habló ante unos 200 millones de personas. Sus feligreses se congregaban en estadios, no en iglesias, y llegó al corazón de Washington, al convertirse en confidente de varios presidentes, desde Harry Truman en adelante.

Nunca criticó a Lyndon Johnson por la guerra en Vietnam y fue un férreo defensor de Richard Nixon durante el Watergate. Más cerca en el tiempo, asesoró espiritualmente a Bill Clinton cuando el affaire con Monica Lewinsky y aconsejó a George W. Bush sobre sus problemas con el alcohol. En 2010 tuvo lugar su encuentro con Barack Obama y dos años más tarde apoyó a Mitt Romney, el candidato presidencial republicano, que no pudo evitar la reelección de Obama pese a los votos de los evangelistas.

Como líder de los cristianos evangélicos, satirizados por su interpretación literal de la Biblia, Graham hizo la diferencia al apoyar en los 50 la integración racial y la ley de los derechos civiles. Y a fines de los 70 se negó a participar de la Mayoría Moral, la alianza de predicadores que impulsó Jaerry Falwell a las puertas de la era Reagan. “Estoy a favor de la moralidad, pero la moralidad va más allá del sexo y llega hasta la libertad humana y la justicia social”, dijo, para fundamentar su negativa a sumarse a un grupo ultraconservador de presión.