Cada 21 minutos muere un niño en el mundo por causas que podrían evitarse. Son 29.000 por día, según el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef). A pesar de sus diferencias, 40 millones de sitios tan remotos como Bangladesh, Ruanda, Haití o Filipinas tienen algo en común: nacen en "desiertos de atención sanitaria". Así ha descrito la organización "Save the Children" un entorno en el que los menores carecen de cualquiera de las seis rutinas básicas de inmunización, incluyendo la difteria, la tos ferina o el tétanos, y no han recibido ningún tratamiento o recomendación para evitar diarreas.

El modo en que estos niños sucumben ante enfermedades fácilmente prevenibles supone una violencia que cualquiera puede comprender. La buena noticia es que este fracaso es la excepción de una batalla global contra la mortalidad infantil que se está ganando lentamente: hoy mueren anualmente 4,5 millones de niños menos que en 1990. En gran parte, esta victoria es el resultado de los esfuerzos masivos de vacunación.

La inmunización de las poblaciones no es una condición suficiente, pero constituye un componente insustituible en el esfuerzo por extender la salud global. Durante las últimas décadas hubo avances sin precedentes en este campo. Entre 2000 y 2009 el porcentaje de menores que recibieron la DPT 3, vacuna combinada contra la difteria, la tos ferina o tos convulsa y el tétanos, en los países más pobres pasó del 66 al 79 por ciento. El número de víctimas del sarampión en todo el mundo cayó un 77% en los primeros ocho años de la pasada década. La comunidad internacional ha reducido la incidencia de la polio hasta hacerla casi desaparecer. Actualmente sólo cuatro países conservan bolsas endémicas de esta enfermedad.

El Estado debe atender y proteger a las familias más vulnerables, ya sea por la pobreza, la ignorancia o la distancia que deben recorrer hasta los centros de atención médica. Pero el resto de la sociedad también debe asumir la parte de responsabilidad que le cabe en la prevención de enfermedades para las que hay vacunación o formas más o menos accesibles de cuidado. Cumplir con el calendario de vacunación oficial permite reducir el riesgo de contraer una serie de enfermedades infecciosas que por su gravedad o por su extrema contagiosidad ponen en peligro la salud de los niños.