El clima de inseguridad que nos acecha tiene la impronta de una contraprestación social para contener a las víctimas, para lo cual la organización del Estado activa los mecanismos asistenciales inherentes a cada emergencia, incluyendo a la contención y los resarcimientos que garantizan las instituciones republicanas. Pero en este marco de contingencias no se observa con el énfasis que requiere el momento, la espontánea solidaridad de quienes pueden ayudar sin estar obligados.
Se trata de una cuestión de conciencia frente al necesitado, con una inmediatez que cubra los baches impuestos por la burocracia administrativa y mucho más los tiempos de la Justicia, cuya lentitud le hace perder credibilidad al cabo de sus dictados. En este contexto se generan las reacciones intempestivas impulsadas por la impotencia y el abandono, como el de imponer justicia por mano propia, tal lo ocurrido en el reciente caso de venganza por la violación de un niño de 3 años atribuida a un vecino de 13, en Colonia Fiscal Sur, departamento Sarmiento.
Ante tremendo horror del nene ultrajado, la gente el lugar saqueó e incendió la vivienda precaria que habitaba el chico atacante junto a su familia. El menor sindicado fue trasladado a un Hogar de Menores por precaución y su madre y su hermano se fueron a la casa de un pariente temerosos de la furia vecinal que finalmente se concretó dejando dos familias destrozadas. Incluso se levantó la guardia policial que debía evitar la destrucción finalmente desatada. Este acontecimiento impactante se suma a otros desamparos traumáticos, como los siniestros o los desalojos que obligan a familias indigentes a sobrevivir en la calle.
En este cuadro de indefensión del que es víctima el desposeído, sin recursos materiales ni contactos influyentes, no aparece la contención solidaria de sectores de la comunidad que, a través de sus asociaciones o de manera personal, pueden llevar consuelo espiritual, ayuda psicológica, económica, o trabajo voluntario para asistir de inmediato al que sufre, más allá de las responsabilidades oficiales.
Se trata de activar la espontaneidad solidaria del profesional, del religioso, del trabajador y en definitiva del espíritu altruista que gratifica, a través de la asistencia espiritual o del gesto oportuno, ya que estas heridas sociales se suturan con comprensión y resignación. Por el contrario, cuando la gente se encuentra enardecida y abandonada, la conciencia se pierde, porque ganan los instintos impulsados por la irracionalidad.
