Una desgarradora tragedia sin precedentes por entonces. Escalofriante, imposible de olvidar para quienes estuvieron esa tarde en el lugar. Las imágenes quedaron grabadas en las retinas de todos los que intentaron que el desenlace fuera distinto. El 24 de abril de 1994 se produjo una de las muertes más estremecedoras en la historia del deporte de la provincia. Carlos Sánchez fallecía carbonizado luego de protagonizar un impresionante accidente con su auto, cuando se disputaba la primera fecha del campeonato Monomarca Gol. El joven, de 27 años de edad, se convertía así en el primer piloto fallecido en el autódromo El Zonda durante una competencia.

Las crónicas de la época son impactantes. "Cómo explicar el horror. Cómo pintar la tragedia, el drama, el espanto. Vimos con ojos horrorizados, el corazón estrangulado, llenos de dolor e impotencia, la película que jamás hubiéramos querido ver en nuestras vidas. Primero fue el tenebroso aullido de las chapas, un chirrido que hiela la sangre, después un auto que se catapulta en el aire, da una vuelta de campana y queda invertido. Un segundo, dos, tres, la eternidad. Una chispa, el fuego y un volcán envolviendo el Gol 24, con el piloto atado, consciente y pidiendo a los gritos que lo sacaran", relató el cronista de DIARIO DE CUYO, enviado especial para cubrir la carrera. 

Todo sucedió la tarde de un domingo, donde los fierreros se habían acercado en masa a disfrutar de una nueva competencia. El tiempo era idea, una tarde soleada, hermosa. Nada hacía presagiar lo que sucedería poco después de las 18. 

Se estaba por cumplir la octava vuelta y quedaban cuatro para el cierre. Roberto Basualdo y el cordobés José Cecchetto se disputaban la victoria, ofreciendo un infartante espectáculo. Un duelo mano a mano. La gente estaba de pie, esperando ver quién se consagraba ganador. Sin embargo, el destino dio un impensado y espantoso giro en la escena.

Basualdo y Cecchetto lideraban, seguidos por Alfredo Gil, Mauricio Juárez, Sánchez, Fabrizio Benedetti, Vicente Mestre. En plena recta, a 200 metros de la Horquilla, una de las ruedas delanteras del auto de Sánchez explotó, causando el vuelco. El primero en llegar al lugar del accidente fue Armando Aubone. Para ese momento, las llamas comenzaban a apoderarse del vehículo. Sin importarle nada, sin medir riesgos y dispuesto a todo para salvarle la vida a su compañero, el hombre introdujo la mitad del cuerpo en el Gol que permanecía con el techo en el piso. Vació una matafuegos e intentó desesperadamente desabrochar el cinturón de seguridad, sin suerte. 

Segundos después llegó más gente dispuesta a ayudar. Casi 20 extintores se utilizaron pero todo fue en vano. El fuego era voraz, implacable. Delante de mil testigos, sin ningún bombero en el lugar, ganó la fatalidad. Cuando el final estaba sellado, todo fue silencio sólo interrumpido por llantos, gritos y sollozos. No había lugar para las palabras. El dolor era desgarrador, las imágenes se repetían una y otra vez en la cabeza de quienes querían borrarlas, eliminarlas, sabiendo que no pasaría. Las preguntas se multiplicaban, las respuestas no alcanzaban. 

Los pilotos lloraban sin consuelo, sin esconder el dolor. El impacto de lo que acababa de pasar los dejó paralizados. Con los ojos rojos, mirando la nada. Algunos caminaban, dando vueltas y vueltas. 

Aubone, el primero que llegó en auxilio del Negrillo Sánchez, fue un de los pocos en hablar. "Estoy muerto, destrozado, todo esto parece una horrorosa pesadilla. Corro en auto, asumo riesgos, sé a lo que me expongo, pero esto no lo voy a olvidar nunca. Pude escuchar cómo me gritaba desesperado que no podía desabrochar el cinturón de seguridad. Le grité que lo siguiera intentando y que me diera los pies para arrastrarlo para afuera. No pude hacer no una cosa ni otra. El humo me ahogaba, tenía el fuego en la cara. No sé cuántos minutos pasaron, pero fueron una eternidad. Qué desgracia, Dios mío. Fue una fatalidad", dijo de corrido, sin parar, como si las palabras le brotaran desde un alma desgarrada.