Era el día, Boca. Era la noche. Pero qué lo parió, cuánto tuvo que sufrir para llevarse esta Supercopa, ese torneo que le era esquivo, que incluso le fue esquivo con los goles. Una, dos, tres, y a la cuarta se le dio. Merecido, en Mendoza, más que nada por ese final en el que se llevó por delante a un digno Central, en el que tuvo palos, una pelota que picó dudosamente en la línea. Pero tuvo que sudar contra un equipo que se dedicó a defenderse, que hizo tiempo cuando pudo y que buscó justamente eso, apostar a los penales. Y ahí también se complicó, el paso a paso fue tremendo: porque las metían los del Canalla y los de Boca estaban obligados a meterla para no quedar atrás. Y ni qué decir cuando Buffarini fue a pegarle al quinto, con la chance de errarlo y perder la copa: el hombre de las rabonas no dudó y ahí empezó el uno por uno. Y ahí Andrada se lo atajó a Rinaudo, y ahí después Izquierdoz no falló para el título tan esperado.

¿Cuánto vale esto? Uno para la historia, pero mucho más en lo conceptual, para este ciclo naciente de Alfaro. Una copa para cerrar un semestre en positivo, más allá de lo que pasa en la Copa de la Superliga. Boca tuvo la virtud especialmente de ir, no desesperarse, de no regalarse, de intentar con un Villa desequilibrante por derecha, de generar espacios donde no había, de empujar con la garra de Nández. El uruguayo lo tuvo y falló; después hubo una jugada milagrosa en la que se salvó Central, con palos y todo, y otro poste en el final. Pese a todo, encaró con firmeza la tanda de penales, ésas que son a plata o mierda.

Boca fue más que Central, sin dudas. Tenía toda la presión, estaba obligado, pero no le pudo entrar más allá de ser superior, y el fantasma de otra derrota en final sobrevolaba (venía de tres seguidas). Pero tuvo coraje, la eficacia en penales fue al 100%, todos se patearon con potencia y se le dio un campeonato más, que merecía. Boca de campeón.

Fuente: Olé

Foto: gentileza Los Andes