“Cada uno cosecha lo que siembra”, dice un viejo refrán que este martes se reflejó durante el último adiós a Nicolás Naranjo. Al menos cinco mil personas, entre las que fueron hasta el Sportivo Rivadavia de La Bebida y las que se volcaron a las calles, despidieron y agradecieron al joven ídolo del ciclismo por sus conquistas deportivas, pero sobre todo por su humildad en sus 31 años de vida.

Desde muy temprano, el estadio de la localidad de Rivadavia se vistió de rojo y blanco y recibió a una verdadera multitud que se acercó a despedir a Nico y también a brindarle las condolencias a la familia. Se vivieron momentos de mucha tristeza y dolor, que se fueron multiplicando hasta que llegó la hora del cortejo fúnebre de uno de los mejores sprinters de la última década.

Durante poco más de cinco horas que se extendió el velatorio, hubo largas filas de personas que le hicieron frente a la agobiante jornada de calor con el único objetivo de acompañar al pedalero fallecido el pasado domingo tras sufrir un accidente mientras competía en el velódromo Ernesto Contreras de Mendoza.

La familia y los amigos más cercanos de Nico siempre estuvieron al lado del féretro, al pie del cañón, mientras que los allegados y fanáticos del ciclismo pasaron, lo despidieron con emotivas palabras y luego se apostaron en el exterior de la carpa, en el campo de juego y hasta en las tribunas.

En cada rincón del césped del club hubo imágenes desgarradoras, de amigos, de compañeros. En todos los grupos solamente se habló de Nicolás Naranjo, su talento y también de su humildad. Todo entre lágrimas.

Un párrafo aparte, desgarrador, para la madre del campeón, la que crió a un ser humano muy querido y vio nacer al ciclista que luego se brindó a su patria chica, La Bebida, y a todos los sanjuaninos. Perla no tiene consuelo, lloró sin encontrar respuesta a tamaña tragedia. No verá otra vez a su hijo cruzar la meta, subirse al podio y abrazarla. 

Pero la tristeza no quedó ahí, sino que se trasladó hasta el cementerio San Miguel de Rawson. Primero, al salir de Rivadavia, Paulo Sotelo y su trompeta acompañaron el féretro mientras el llanto y la emoción fueron en aumento. Y después, durante todo el recorrido que incluyó el paso por su casa de toda la vida, otros miles más de fanáticos aplaudieron a un costado de la calle siguiendo el ritmo del pelotón multicolor que “custodiaba” al ídolo.

La llegada al cementerio fue similar a la despedida que tuvo el Wey Zapata en abril pasado. Con cientos de ciclistas (en aquella ocasión fueron motociclistas) vestidos con las camisetas de distintos equipos y las banderas rojas y amarillas de la Agrupación Virgen de Fátima, el Cabezón voló a su última morada como lo hacía en cada embalaje.