Hay méritos de los jugadores de Independiente en haber apagado el incendio que se venía si el Rojo no podía pasar la fase ante un equipo liviano como Rionegro Aguilas. Uno, claramente la figura, Pablo Pérez, por imponer su temperamente, ser permanente referencia en el mediocampo y su participación con los pases en los goles de Silvio Romero y Cecilio Domínguez. Otros a valorar: Nico Domingo, por transmitir equilibrio, y Martín Benítez por su empuje, lo cual no significa que siempre haya resuelto bien. 

Aunque también Independiente debe agradecerle a Carlos Ramírez, quien quiso rechazar de cabeza y dejó mano a mano a Romero para el 1 a 0 en el arranque del segundo tiempo. Fue la jugada determinante, la que anuló los murmullos del final del primer tiempo, cuando la intesidad del Rojo no había alcanzado por la imprecisión, generada en parte por los nervios. Menéndez no dio la vara en ese primer tiempo. 

El alivio fue tremendo y el Rojo supo administrar la ventaja aunque por momentos bajó la guardia más de lo debido. El 2 a 0, con buena definición de cabeza de Cecilio Domínguez, cerró la resistencia de Rionegro, más por impotencia que por voluntad. 

Independiente mejoró su prestación en relación a la derrota 3 a 2 de ida. Se ubicó mejor y vale destacarle que supo bancarse la presión. Esto no anula que tuvo lagunas e incapacidades resolutivas que deberá resolver para exponerse como candidato a ganar la Sudamericana.

El próximo rival es Universidad Católica de Ecuador, que por algo en casa le metió seis a Melgar de Perú. Así que no vale confiarse. Sobre todo, porque Pérez no estará en la ida por acumulación de amarillas.

Un recuerdo positivo del partido: ingresó el juvenil Alan Velasco, en tiempo de descuento, aunque no tocó la pelota. Debutó con 16 años, más joven que Eze Barco.