La noticia sobre la renuncia de Enrique Hrabina a la dirección técnica del Atlético Tucumán, conocida anoche, nos hizo recordar una situación similar ocurrida a la misma altura del año pasado, cuando la dirigencia de San Martín le pidió la dimisión al entrenador que, curiosamente así como le ocurrió con los verdinegros, en el Decano tucumano, terminó la primera mitad del certamen como líder absoluto para luego del receso caerse estrepitosamente cediendo las potenciales chances de ascenso directo que había edificado.

Entre aquel San Martín y este Atlético Tucumán -aparte de los jugadores que se fueron de Concepción hasta San Miguel llevados de la mano por el técnico- hay muchas coincidencias. No sólo el final es parecido. Fueron casi gemelas sus campañas apoyadas en un juego que apostaba más a la fuerza y la marca que al control de la pelota y que sacaba ventajas de las jugadas de balón parado. Lo que fue una virtud para sorprender inicialmente trastocó en su perdición. Cuando los rivales le tomaron la mano a sus limitadas opciones futbolísticas, se acabó el partido. O mejor dicho la campaña del entrenador, como ocurrió en San Juan y ahora en Tucumán.

La única diferencia fue que por estos lares quedó la sensación de que los dirigentes se apuraron en cambiarlo y la prensa nacional se los sigue recordando. En el Jardín de la República la cosa fue distinta. El ex jugador de Boca presentó su renuncia.

Sin ánimo de hacer leña del árbol caído y con la campaña actual de San Martín en la mira, más allá de los resultados que no se le dieron porque se le cerró el arco ante Ferro o porque no tuvieron una tarde acertada, este equipo se diferencia de aquel estructurado que dirigía Hrabina porque intenta jugar un fútbol más fluido, con variantes y buscando el arco rival. Ese mero detalle apuntala las ilusiones de pelear hasta el final por el ascenso.