El 17 de diciembre de 2010 la vida de Vicente Ochoa dio un cambio radical. Un accidente sufrido cuando volvía de entrenar, sobre el mediodía, en la zona de La Legua, Santa Lucía, echó por tierra sus expectativas de correr la parte más álgida de la temporada.

El parte médico decía, entre otros detalles: Fractura de maxilar, con pérdida de piezas dentarias; fractura del brazo izquierdo y lo más grave para un ciclista, rotura de la rótula de la rodilla de la pierna derecha.

Estuvo seis meses sin caminar, pasó el verano postrado en una silla enyesado hasta la ingle. Los médicos fueron “armándolo” por partes. Primero fueron dos operaciones en la boca. Como estuvo mucho tiempo con una estructura metálica bajó de sus 78 kilogramos habituales a 58, porque comía todo licuado.

Luego vinieron dos operaciones en el codo y seis intervenciones quirúrgicas en su rodilla. Fueron muchas las noches en las que Vicente, acompañado por su familia lloró porque no sabía si podría volver, a caminar o subirse a una bicicleta.

Al afecto de los suyos se sumó el de mucha gente del ciclismo. La pasión por el ciclismo y su fe, movieron montañas. Recibió de la subsecretaría de Deportes una bicicleta fija para empezar su recuperación. Una última intervención correctiva, hace un mes, para separar el nudo de nervios y músculos que se habían pegado al hueso pusieron a prueba por enésima vez su temple.

El pasado lunes, la voz del doctor Daniel Luque cuando le dijo: “Negro ya podés subirte a la bici”, fue música celestial para sus oídos. Armó todo para salir el martes a rodar. La malla le quedaba bailando en su pierna derecha porque ha perdido mucha masa muscular. No importó.

Después de 20 minutos en la bicicleta fija, salió acompañado por su padre en la camioneta hasta el Jardín de los Poetas. La sonrisa sincera, de hombre simple, quedó tatuada en su rostro. Al final de cuentas, el Sol sale todos los días y Ochoa lo comprobó haciendo lo que más le gusta pedalear poniendo la cara al viento.