-Ahora que ya no jugás, ¿te resulta difícil ver los partidos de tenis?

-No tanto. Obviamente me dan ganas de jugar, pero no mucho. Creo que tiene que ver con que competí desde muy chico y tomo como una etapa cerrada a la alta competencia.

-¿Cómo fue tu carrera?

-Jugué de los once a los diecinueve años. Lo raro es que cuando dejé venía bien, de hecho había ganado un Top Serve en Buenos Aires. Pese al rendimiento que tenía, empecé a sentir que la cabeza me estaba por reventar.

-¿Cómo te enteraste que eras diabético?

-A los 14 años, hace ocho. Fui a jugar a Mar del Plata y venía mal: comía mucho, entrenaba poco. Creían que era por el desarrollo. Encima fue un viaje de un día y el primer partido duró tres horas. Al otro día jugué diez minutos y tuve que abandonar, porque me contracturé todo. Cuando volví me hice los análisis de azúcar y me dieron casi 500, cuando lo normal es hasta 110. Ese lunes recuerdo que empiezo a ver el diario y no veía nada, la azúcar se me había ido a los ojos.

-¿Cuál fue tu reacción?

-Me preocupé muchísimo y mi familia también. Ese día me pusieron insulina por primera vez y el médico me dijo que era diabético e insulino dependiente. Además, me recomendó que el fútbol no me convenía jugarlo por el tema de las lastimaduras que son peligrosas. Pero del tenis me dijo que no había problemas.

-¿Se te complicó seguir a ese nivel?

-En ese momento, no. Pero a medida que fue aumentando la exigencia, lo que me empezó a matar fue el estrés. Cada vez que terminaba un partido tenía el azúcar por las nubes y me la bajaba con insulina, pero no tenía recuperación para volver a jugar al otro día y eso en el tenis es imposible.

-¿Qué pensabas al sentir que el cuerpo no te daba?

-Me sentía mal. Un día le dije al médico que tardaba dos días en recuperarme tras un partido. Ahí fue cuando me contó que él cuando me diagnostica la diabetes sabía que era una chance grande que pasara esto, pero no me lo podía asegurar y entonces se lo guardó.

-¿Fue duro de asimilar que tan chico era al final de tu carrera?

-Bastante. Mi hermano, Gustavo, ya me entrenaba y me daba fuerzas para que no largara porque me veía condiciones. Yo sabía que las tenía, pero también sentía que no podía más. Que jugar un partido era como ir a la guerra. Y en lo psicológico ya estaba como derrotado, cuando yo siempre fui muy fuerte de la cabeza.

-Hoy por hoy, ¿te preguntás por qué te tocó a vos?

-Siempre, hasta el día de hoy uno se pregunta: porqué a mí. Pero ya está... ya pasó. Igual, ahora hago una vida normal y mucha gente siempre me dice que no parece que tuviera diabetes.

-Los estudios, ¿qué estás cursando?

-Ya soy técnico en Turismo y ahora voy por la Licenciatura. Hice un test vocacional y me salió Turismo. Siempre me gustó la Geografía y la Historia, aunque no tanto los idiomas, que es otro fuerte de la carrera.

-¿Hacés otros deportes?

-Estoy jugando para la Liga Universitaria en Bohemios y también en Futsal. Siempre me encantó y muchas veces me preguntaban, "¿Por qué no me dediqué a futbolista?"

-¿En qué posición jugás?

-En cancha de once, juego de cinco. En Futsal, de dos. Además está buena cierta pica que hay porque vengo de otro palo como el tenis.

-Si tuvieras otra vida, ¿elegirías de nuevo el tenis?

-(Se toma su tiempo para responder) Conociendo lo que es el tenis, más allá de todo lo que me dio, pienso que sería complicado que lo vuelva a elegir. Soy fanático de Alianza, así que de tener otra vida querría ser el cinco de Alianza.