Pamela Rodríguez tenía apenas 17 años pero la suficiente madurez para comprender que con el padre de su hijo, su vecino Ángelo Misael "Pato" Castillo (21), las cosas no funcionarían. Y luego de 1 año y 4 meses de relación con varios episodios de violencia doméstica, lo abandonó. En enero de 2019, y ya con un bebé en común, su decisión fue concluyente tras el enésimo intento de golpiza. Pero para el joven puestero esa definición lo llevó al descontrol, al punto que un vecino debió subirse al árbol del que colgaba de un lazo para sacárselo del cuello. Entonces hubo intervención judicial, pero en cada visita al hijo de ambos, él le dejaba claro que no estaba dispuesto a tolerar una vida sin ella. Y tampoco una vida de ella con otro: "Vos tenés que estar conmigo, con nadie más", le oyeron decir más de una vez cuando iba a devolverle el bebé a su casa en el barrio donde ambos vivían, el Bicentenario I, en Calingasta.

Celoso, posesivo, fuera de control, el 22 de febrero pasado a la siesta, se acercó hasta la plaza donde la jovencita y su hermana aprovechaban el wifi libre para navegar en sus teléfonos, y se lo destrozó.

Furiosa, la chica lo atacó con una piedra y un trozo de madera. Y enseguida llegó a su casa prometiéndose no dejar las cosas así.

Su ex, tampoco pensaba dejar la situación en ese punto y en la madrugada del día siguiente, el 23, llevó su obsesión a un nivel sin retorno. A eso de las 4.15, José María, un hermano de Pamela, llegó tras una juntada con amigos cuando sintió un ruido en la ventana de la habitación donde la chica dormía con su bebé y otra hermana. No le dio importancia, tampoco la segunda vez que escuchó ese ruido. Pero la tercera vez se asomó y vio a su excuñado con medio cuerpo metido por la ventana, tomando el brazo de la criatura de 3 meses. Cuando le preguntó qué hacía, el sujeto pareció marcharse. José María simuló también volver a su habitación, pero apagó la luz y se quedó en la puerta. Cuando escuchó otra vez el mismo ruido, encendió su celular para grabar, pero Castillo se dio cuenta y se fue.

Con la alarma encendida, el joven siguió observando a su excuñado. Lo vio en la vereda del frente y luego avanzar hasta la puerta de su casa. Fue ahí que le avisó a Pamela y entre ambos salieron a interrogarlo. Él aclaró que quería hablar con ella, ella dijo que nada tenían que hablar y enseguida le advirtieron que si seguía molestando llamarían a la Policía.

Luego cerraron la puerta con llave y aseguraron la ventana. Pero tan decidido estaba Castillo, que se acercó por el fondo hasta la habitación de la madre de su ex, sabedor de que estaba abierta, se sacó las zapatillas, atravesó descalzo ese dormitorio para no hacer ruido y llegó hasta donde la jovencita dormía. Y no lo dudó: se montó sobre ella, la golpeó en la boca, le mordió su mano derecha y, cuando intentó defenderse, aplicó un certero tajo con un cuchillo en la aorta del cuello. Y sentenció su final. "Pará, Pato, dejá, qué haces", fue lo último que le escucharon gritar. José María había visto la terrible escena y forcejeó con Castillo pero no pudo detenerlo. Tampoco su madre, cuando la empujó para huir por el mismo dormitorio. Minutos después, la chica murió en el hospital y su joven homicida caía preso cuando intentaba huir por el río.

Cada prueba del caso complicó al joven, al punto que ahora el juez Guillermo Adárvez lo procesó con prisión preventiva, por homicidio doblemente agravado. Así, todo indica que al puestero le espera una perpetua.