Emocionalmente frío, sexualmente inmaduro, alguien sin empatía por el otro. Esos, fueron algunos rasgos más salientes descubiertos en la personalidad del sargento de Policía S.D.M. (48 años, no identificado en resguardo de la menor), que ayer mismo evidenció ante el juez Diego Manuel Sanz: se mostró distante y prácticamente sin ninguna reacción cuando el magistrado lo ponía al tanto de su nueva situación en el proceso, la de condenado, pues le aplicó los 10 años de cárcel. Esa pena aceptó el efectivo en un juicio abreviado, en el que admitió haber violado a la hija de 12 años de una mujer con la que se relacionó unos 6 meses y con la que apenas convivió un mes.

Acordar un abreviado en lugar de defenderse en un juicio común asistido por el abogado Gustavo de la Fuente, pareció la opción más acertada para ese policía que trabajaba en Tribunales, pues el fiscal Nicolás Schiattino y la ayudante fiscal Roxana Fernández (UFI ANIVI), habían recolectado prueba de la que le sería muy difícil zafar. Como un cotejo de ADN entre sus genes con los restos de líquido seminal hallados en un pantalón corto y la ropa interior de la víctima, que resultó positivo.

Y no solo eso. También lo complicó el informe psicológico sobre su personalidad, firmado por el propio perito que ofreció para intentar desligarse. O la pericia psicológica de la niña, en la que detectaron numerosos indicadores de las víctimas de abuso. O testimonios como los de la mamá de la menor, quien descubrió un escrito en el que su hija confesaba que tenía intenciones de lanzarse desde el techo y que odiaba a su entonces pareja. O la primita que la escuchó contarle su traumática experiencia, envuelta en una profunda crisis nerviosa, autoagrediéndose a golpes, tiritando, con dificultades para respirar.

Todo se supo el 22 de febrero pasado. Ese día, minutos antes de las 6, la madre de la niña se sorprendió al ver a su pareja en calzoncillos y descalzo en un pasillo de la casa, pero no le dio mayor importancia. Durante la mañana, le comunicó que se mudaría porque no quería que sus hijos se vieran mezclados en los conflictos que generaba la ex del policía.

Por la tarde, surgió el primer síntoma de alarma. El amigo de la mujer que le ayudó en la mudanza, le dijo que su hija no paró de llorar desde que salieron de la casa del acusado. Al salir de ducharse, con los ojos hinchados, la mujer preguntó y la menor le contó que estaba cansada de ser manoseada y besada a la fuerza por el sargento. Y lo más grave, le reveló que una semana antes, el 15 de febrero en la madrugada, comenzó a sentir un fuerte dolor en sus partes íntimas y, al despertar, vio al policía encima suyo. Ese día, guardó en una bolsa su ropa interior y su pantalón corto manchados, que la mujer aportó en la denuncia contra el efectivo, detenido el 23 de febrero.

Una pericia en esas prendas, determinó que, además de la sangre de la niña, habían restos de antígeno prostático, evidencia que resultó lapidaria para el policía.